Cariñitos

Dos frases y una acción les voy a mencionar a los desocupados lectores (como escribió Cervantes en el prólogo de su obra más universal) para entretenerles. La primera frase es la que tantas veces me han repetido sobre que “sé perfectamente cómo te sientes”. La segunda de ellas me la dijeron la semana pasada y me resultó sorprendente: “si tú supieras cuántos acuerdos se aprueban en el pleno y luego no se cumplen alucinarías”. Nótese que hace bastante tiempo que no alunizamos, pero sí alucinamos, y a menudo en colores vistosos.

La acción que les comento se repite periódicamente y viene a ser sólo una palmadita en la parte trasera de la cabeza. Esto no me da tiempo a esquivar el golpecito con lo que, debido a la valvulita que tengo en esa sección de mi meollita, un día de estos las entrañitas más asquerosas de mi cerebro caerán esparcidas por el suelo y le tendrán que subir el sueldo a la limpiadora a la que le toque enmendar el estropicio. Normalmente mi interlocutor (o interlocutora) tan pronto como escucha mi tono de voz y las demandas que le formulo desea (o desea) haberse quedado con la mano bien guardadita en el bolsillito de sus pantaloncitos (o falditas).

 

Respecto a ese hecho que tiene lugar con cierta frecuencia y que refleja la enorme infantilización de la que soy objeto, hay que decir que señala el buenismo habitual de la actualidad, que de grotesco simbolismo no pasa. En realidad no es que esté harto de las palmaditas típicas en la espalda, ni de la estúpida tontería de las collejas; lo que ocurre es que no es digno de una persona decente hacer tal cosa pero que no llegue más lejos .Este trato paternalista y condescendiente probablemente se deba a mis dificultades de comunicación, pero esa no es la cuestión. Lo que importa pero no se aborda son las vejaciones que padecemos algunos por nuestro funcionamiento y que muestran la falta de voluntad o bien la incapacidad de nuestras autoridades para resolver los problemas que nos afectan más directamente, que vienen a ser los de todos y alguno más.

 

Acerca de quien dice esas palabras tan bonitas de “sé perfectamente cómo te sientes”, simplemente tengo que apreciar su empatía y todas esas palabras raras que debería emplear en estos momentos. Sin embargo, sencillamente no me creo que nadie pueda saber cómo me siento cuando el autobús de línea me deja en tierra porque la bendita rampa no termina de querer salir. Igual hay que hablar también de todas aquellas personas que dicen en un momento dado saber exactamente la manera en que se siente otra persona discriminada por su funcionamiento cuando se acaba de cometer una tropelía sobre ellas. No puedo hablar por los demás discriminados, o las demás discriminadas, pero a mí esos términos siempre me han parecido vacuos.

 

Pero el punto culminante de esta breve panoplia lo protagoniza lo siguiente: “si tú supieras cuántos acuerdos se aprueban en el pleno y luego no se cumplen alucinarías”. Pues sí, alucinaría y alucino. Y lo hago porque lo mismo que en esta ocasión las palabras se referían al ámbito municipal, me doy triste cuenta de que este aprobar para después no cumplir se repite a diario a nivel autonómico, nacional e internacional; y no estoy seguro de si me debo sentir anonadado o tengo que darme cabezazos contra las paredes, o tirar la toalla ante la lentitud de los que pueden acelerar las cuestiones relevantes en su ámbito de responsabilidad y actuación, o tengo que volverme más irascible e inefable de lo que ya soy por naturaleza, o recurrir a la acción directa de la que ya hablaba Ortega el siglo pasado en los albores de los totalitarismos que proliferaban en su época, o acaso debo cambiar de táctica y permitir que me den collejas mansamente mientras se atropella a mis semejantes y yo pongo una sonrisa profident a cambio. Total, el ritmo ya está establecido de antemano, y por mucho que me empeñe no lo voy a cambiar. Lo que sucede es que sonreír no se me da muy bien. Y seguir el consejo de Benjamin Franklin de mantener los pies secos y la lengua húmeda, tampoco.