Lleva años de moda la expresión “afán de superación”. Quizá en un momento dado se nos ha dicho a todo el mundo: “qué afán de superación tienes”. Puede que no, lo cual indicaría lo desastroso que es uno o una o su entorno o algo. Dejando a un lado la broma lo que quiere decirse es que a veces se abusa de dicha expresión cuando un individuo con diversidad funcional realiza una acción de lo más vulgar para el resto de la gente.
Estas letras van un poco en esa dirección: en este texto me pregunto si la superación viene en ocasiones por la parte de la persona o es el entorno el que debe superarse a sí mismo acogiendo a los ciudadanos más vulnerables de la comunidad. Así, por ejemplo, me planteo y casi tengo la certeza de que alguien supera una adicción a las drogas debido a su afán de superación individual, pero en cambio, no me convence en absoluto que ese afán sea un factor determinante en otras circunstancias.
Indudablemente, supone un reto y un presunto éxito individual hablar en público. Se necesita vencer el llamado miedo escénico. Pero sucede que además es necesario llegar al lugar donde se desarrolla la charla que va a tener lugar. Pongamos que esa conferencia va a versar sobre vida independiente y que uno de los participantes en ella realizará su viaje desde Suecia mientras que otra ponente acudirá en la misma aerolínea desde Barcelona. Sucede además que los dos conferenciantes se trasladan habitualmente de un lugar a otro en silla de ruedas motorizada. El caso es que si se viaja desde Estocolmo no existe la menor pega y el factor “superación” queda reducido a su mínima expresión. En cambio, si el lugar de origen es el aeropuerto de El Prat y el apellido de la expedicionaria es “Gómez”, la dificultad para embarcar en el avión se convierte en imposibilidad, y el afán de superación de la catalana también queda reducido a su mínima expresión.
Sirvan estos dos ejemplos para mostrar el diferente rasero empleado por la línea portuguesa. Quizá nos ilustra también acerca de la desidia de superación en un lugar y el ansia por realizar las cosas en condiciones satisfactorias en el otro. En todo caso, es obvio que hay muchos otros factores que influyen en la situación y que escapan la voluntad, predisposición y deseos de unos saliendo de su esfera de influencia, quedando a merced de la voluntad, predisposición y deseos de otros.
Esto es, todo depende de la manera en que se encuentre ese día el empleado de la aerolínea portuguesa en Suecia o en España respectivamente. Discrecionalmente, en un sitio se está a la altura de las circunstancias y en el otro sucede todo lo contrario.
Algo me indica que si deseamos salir de extrañas páginas de sucesos en los rotativos para entrar en otras secciones menos amarillas evitando que se produzcan situaciones de cariz rocambolesco como la que acabo de reseñar (por cierto, es verídica) todos tenemos que vencer el “miedo escénico” que nos atenaza. Para ello, tenemos que quitarnos esas imaginarias gafas de colores que únicamente sirven para distorsionar la realidad, conseguir extender la duración de los días conmemorativos instantáneos a todos los días del año, y cumplir unánime y objetivamente el cometido de cada cual.
Es preciso contar con la ayuda de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado destacadas en los diferentes lugares para abandonar la casta de parias a que las personas con diversidad funcional hemos pertenecido durante demasiado tiempo. En este caso correspondía a la Guardia Civil del aeropuerto de El Prat actuar con dinamismo y contundencia. En cambio, la autoridad competente se lavó las manos como Pilatos hizo hace unos dos mil años. Donde impera la ley, y para evitar todo signo de discriminación, cada palo debe aguantar su propia vela.
No me resisto a mencionar el artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del año 1.948:
Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
Si alguien, por cualquier motivo, es excluida de su medio de transporte, se le impide cumplir con su deber hacia la comunidad, dañando irreparablemente al individuo y al bien común.