Al otro lado del espejo: en el país de los monstruos

Hoy he leído un artículo de Rosa Regás publicado el 30 julio 2012 en uno de los blogs del diario El Mundo, y que lleva por título: «Siniestra ley del aborto».

En ese artículo se utiliza la terminología que sólo voy a calificar como «peculiar»: “graves malformaciones”, “dar a luz un monstruo” y “antes de dar vida a los monstruos”. El primer epíteto tiene un pase, porque todo el debate público está basado en esas dos palabras. Pero las otras dos expresiones no tienen desperdicio, y en ambas aparecemos los «monstruos».

Tampoco es que yo pueda echar la culpa a la señora Regás de expresar en voz alta lo que mucha gente piensa, incluso puede ser aquello que pensaba hace 21 años antes de tener el accidente de moto que me instaló la ciudadanía de segunda clase, la de los «monstruos». Aunque no creo que me hubiera atrevido a utilizar esa palabra, porque tampoco era exactamente lo que pensaba. Lo que sí solía decir es que prefería estar muerto a quedarme en silla de ruedas.

Para mí, estos 21 años ha sido de aprendizaje y de disfrute de una vida que antes pensaba que no merecía la pena ser vivida. Además han representado 20 años de lucha por la dignidad de los «monstruos» y por la construcción de una sociedad en que los «monstruos» seamos bienvenidos.

Evidentemente, a pesar de esa lucha, y de que la legislación vigente, la ONU, e incluso muchos de los «monstruos» hemos cambiado nuestra descripción y nuestra categoría jurídica, sigue existiendo una mayoría social que mantiene en nuestras vidas son todo sufrimiento y no merece la pena vivirlas.

Por otro lado, hasta es posible que la señora Regás sepa que en mis conferencias utilizo mucho una referencia al monstruo más famoso de todos los tiempos: Shrek. Bueno, en realidad es un ogro de ficción, pero entra dentro de la categoría de los monstruos. Y utilizo esa referencia por dos motivos: el primero es que me encanta una de sus frases: «yo no tengo ningún problema, es el mundo que tiene un problema conmigo»; el segundo es que también me gusta mucho el final de la obra: el ogro no se convierte el príncipe, sino que es la princesa la que se convierte en ogresa. Suelo contar a quienes acuden a mis conferencias que yo ya soy el ogro y que con el tiempo, a medida que avance su edad, y si no les pasa nada más, acabarán convertidos en ogros y ogresas; en «monstruos» con los que el mundo tendrá problemas para convivir.

Quizá con el tiempo, la propia Rosa Regás se dará cuenta de que con sus escritos y su pensamiento contribuye a su propia discriminación, una discriminación y aparcamiento que si seguimos así, y ella vive lo suficiente, podrá sentir en su propia carne.

Lo que no deja de sorprenderme, especialmente como ateo, es que mucha gente piense que lo que yo defiendo, el desarrollo de los derechos humanos en España, es retrógrado y que viene dictado por la Iglesia. Y sin embargo se consideren progresistas aquellos que mandan mensajes similares a los que leí con sorpresa cuando me dediqué a estudiar por encima lo que pasó con nuestro colectivo, el de los «monstruos», en la Alemania nazi.

Además hay otro hecho bastante desconocido para toda la sociedad, los «monstruos» llevamos conviviendo con el resto de los mortales desde los anales de la historia y a pesar de que se ha intentado hacernos desaparecer muchas veces, quizá las más representativas en Esparta y la Alemania nazi, ni los nazis ni los espartanos están aquí hoy. Pero los «monstruos» seguimos presentes en todas las sociedades.

Será porque el país de los «monstruos» es el país de todos los tiempos, el país de nunca jamás, y el país de todas las personas; y porque la vida al otro lado del espejo se aferra a la humanidad ya que forma parte intrínseca de ella y de su diversidad.

Javier Romañach Cabrero – agosto de 2012