Brecha social y brecha digital

Creo que he hablado muchas veces sobre la brecha social entre personas sin diversidad funcional y con diversidad funcional, y cómo va aumentando pese a muchos avances científicos. Una conocida mía llama a las autoridades incompetentes “tala derechos”, en mi opinión esta mujer se queda corta porque a esa expresión habría que añadir que la proporción del latrocinio es inversamente proporcional a los derechos que el individuo ostenta, me explico por si hace falta: a menos número de derechos mayor es la tala de los mismos. Es pura ley de Murphy: si algo puede ir mal, irá peor. Lo cual me recuerda a la película de “El Jovencito Frankenstein”, la escena a la que me refiero es aquella en la que el doctor y su subordinado pasan la noche en un cementerio intentando desenterrar los huesos de un cadáver que será el cuerpo del futuro monstruo de Frankenstein. Igor, que así se llama el siervo del doctor dice en un momento dado las palabras mágicas: podría ser peor, podía estar lloviendo. Al punto empieza a llover con fuerza.

Set of touchscreen smartphones
Set of touchscreen smartphones

Admito que me he desviado bastante del objetivo que me había marcado para hoy, que no era otro que el de subrayar la creciente brecha social, como siempre, pero esta vez acompañada de la digital, que existe entre personas discriminadas por su diversidad funcional y las que no lo son. Ya recuerdo: la idea inicial consistía en incardinar aquello de talar derechos con la idea de que el hombre tropieza varias veces en la misma piedra, y de paso le pone piedras a las ruedas del carro en el que marchan personas más débiles para que se fastidien.

Y digo esto porque me parece insultante que, a estas alturas, se financien páginas web públicas imposibles de descifrar para algunas personas con diversidad funcional. Hay que añadir que esto viene de lejos, por ejemplo se da con frecuencia el caso de que las viviendas tengan un ancho diferente para los dormitorios que para el cuarto de baño, lo que provoca que una persona en silla de ruedas no pueda ir al aseo. Si esta situación me parece horrenda, mayor pecado tiene el que las puertas de los cuartos de baño en las viviendas de nueva construcción continúen incumpliendo sistemáticamente la ley mientras aquí no ha pasado nada.

Un tercer ejemplo, denunciado por algunos y silenciado por la mayoría, consiste en la organización de eventos públicos de cualquier tipo (artísticos, políticos, deportivos) como el reciente Festival Europeo de Cine de Sevilla, patrocinado a bombo y platillo por varios entes públicos y financiado por todos nosotros, a muchas de cuya salas no se puede acceder con un mínimo de dignidad si circulas en silla de ruedas.

Pero la brecha digital se hace más patente en hechos como la televisión estatal y las autonómicas. La inaccesibilidad a la información para las personas ciegas, sordas, y con necesidad de pictogramas y otros sistemas alternativos de comunicación es patente y produce bochorno que esa situación se dé por la facilidad de subsanar este entuerto. Todavía es noticiable el hecho de que una transmisión en directo o diferido tenga garantizada la accesibilidad para todas las personas. Esto no debería ser así. Se está discriminando a muchos individuos por pura dejadez. No sólo somos, dicen, buenos legisladores, somos magníficos en incumplir nuestras propias normas.

El remate final se da con los avances producidos en los últimos años en la telefonía móvil, tabletas y demás artilugios. Pues bien, las pantallas táctiles son absolutamente discapacitantes para ciertas personas con movilidad reducida, por nombrar sólo a un grupo. Buen negocio han hecho, sí. Si me resultan patéticos esos avances en grietas me parece indecente la entrega de licencias de venta por parte de organismos de todo color y pelaje mientras estos y otros aparatos no están plenamente diseñados para todos. Y no es que defienda el cierre mezquino de puertas, sino que prefiero la igualdad de oportunidades al analfabetismo digital.