Hay corazones de diferentes características: formas, colores, sentimientos, condimentos y tamaños ayudan a crear esta diversidad. Hoy me quiero centrar en una estirpe de corazones hasta hace poco tiempo desconocida para mí, y que se basa en los colores. De este modo, hay corazones verdes, azules, multicolores o rojos según pertenezcan a uno u otro interés educativo: pro inclusión, pro centros de educación especial, pro amor, pro todo y pro nada. Ignoro desde mi pupitre si un corazón de color determinado tiene una ideología partidista o la contraria. No sé si hay que tener el carnet de una formación política específica para estar legitimado a llevar dentro de ti un corazón de un color o de otro y exhibirlo en la red social de turno.
El caso es que no hace mucho solté alguna frasecilla que trataba de ser ingeniosa sobre las excelencias de la educación inclusiva en colegios ordinarios a la que tienen derecho los niños discapacitados, lo cual satisfizo a algunos individuos de corazón azul. Pero ahí estaban agazapados los de corazones verdes que, en seguida, se abalanzaron sobre mí.
Así que, en cuanto a este apasionante tema de la educación inclusiva respecto a personas discapacitadas, después de iniciar ante el Comité sobre los derechos de las personas con discapacidad de la ONU un proceso en 2014 acerca de la discriminación que en sus aulas supuestamente ordinarias sufrían nuestros infantes discapacitados, después de tres años investigando casos de segregación escolar, después de que un par de observadores extranjeros se pasearan por nuestras magníficas escuelas, la ONU decidió que NO teníamos un sistema acogedor para las personas discapacitadas.
Sucedió entonces que yo saqué un poco los pies del tiesto (corriente general de los que defienden los Centros de educación especial) diciendo que los Centros de educación especial eran segregados porque dificultaban la inclusión y participación social y porque bajaban el nivel de expectativas de padres y otros supuestos expertos sobre estos niños marginados.
A todo esto los padres de los niños en estos centros se rasgaron las vestiduras porque ¡cómo iban a venir de fuera de España a enmendarnos la plana! ¡Las personas del comité de la ONU no habían estado en centros de educación especial españoles para formarse una idea más completa de la realidad que aquí tenemos!
Lo poco que yo había reflejado era una repetición literal de lo que este comité había dicho, lo que me ponía a los pies de los caballos, porque ¿quién soy yo para abrir la boca? ¿Qué experiencia tengo yo de centros de educación especial para poder hablar alegremente? Entonces me callaron o me callé. Pero ahora me digo: yo nunca he estado sentado en una silla eléctrica, ni he tenido una soga alrededor del cuello, ni he estado delante de un pelotón de fusilamiento, pero no debe ser muy agradable que te frían como a un pollo frito, que te ahorquen o que te peguen varios disparos, aunque no sea en la nuca.