Algunas reflexiones educativas en torno al corto de animación "Cuerdas", ganador del Goya 2014.
A riesgo de no ser políticamente correcto, voy a poner una nota discordante respecto al fenómeno viral que ha supuesto la filtración a internet de “Cuerdas” (Dir. Pedro Solís, Prod.: La Fiesta P.C.), ganador del Goya al Mejor Corto de Animación 2014. En un par de días ha sido compartido incesantemente por las redes sociales hasta haber superado el medio millón de reproducciones.
Yo no lo había visto hasta que mi hija llegó a casa queriendo enseñarme una película «muy bonita» de un «niño malito» que «no sabía hacer nada». Esas fueron sus palabras, que más tarde comprobé que eran textuales del corto. Y es lógico, porque en el film se asimila parálisis cerebral con enfermedad (debido al desenlace), pero tener parálisis cerebral no es una enfermedad, es una condición. Es evidente que si no se genera reflexión, se tiende a consolidar el estereotipo de que las personas con discapacidad están enfermas. También se alimentan otros estereotipos, por ejemplo, al quitarle al niño cualquier capacidad, incluso la comunicativa (y no me refiero únicamente al lenguaje). Bonita, pero…
Por todo esto, mientras la mayoría de los comentarios que he tenido la oportunidad de leer hacían alusión a “la integración”, yo lo que fundamentalmente veo es una evidente historia de exclusión educativa. Un niño tratado por las instituciones como un mueble, que tampoco tiene lugar, lo cual no hace otra cosa que reflejar la cruda realidad. Sin embargo, este valor de denuncia que tiene a mi juicio el corto choca con el desenlace…
Valoro enormemente que se generen películas, porque siempre nos pueden ayudar a reflexionar; el arte tiene esa potencialidad. El problema es que no las pensemos, porque hay muchas cosas cuestionables en el corto que parecen pasar desapercibidas por las ideas extensamente asumidas por la sociedad y que no hacen más que encadenar a las personas con discapacidad a sus situaciones de exclusión y opresión. Porque el corto se asienta en muchas cosas demasiado cuestionables, y no se ofrece una posibilidad de crítica, sino una normalización de la sangrante situación institucional que viven como si fuera neutral. Los niños con discapacidad estorban y no tienen lugar en las escuelas ordinarias, se podría leer. Las personas con discapacidad son objetos hasta el punto de que el ¿protagonista? no tiene ni nombre, lo cual obliga a quien ve la película a llamarle por la etiqueta: «el niño malito».
Así se había mostrado en la inexistente relación del resto de niños, niñas y docentes con el chico: nadie en toda la película le hace caso. Por otra parte, es evidente que estaba allí para cualquier cosa menos para aprender, hasta el punto de ¡no tener ni mesa! Estaba en la escuela del orfanato, pero en realidad no era una escuela para él, sino un lugar desolado en el que un niño “raro” y una niña “rara” se relacionan mientras son marginados por menores y adultos.
Lo mejor, a mi juicio, es la hermosa relación que comienza a establecerse entre la niña y el niño, y la metáfora de la cuerda, como el vínculo que les une. Pero incluso en esto el niño es convertido en objeto, que nunca es preguntado por lo que desea hacer. Y la cuidadora es una niña, como no podía ser de otro modo… con lo que reproducimos los roles de género, mientras eliminamos la responsabilidad de las administraciones públicas en establecer relaciones de cuidado justas.
Las cuerdas. La hermosa metáfora inicial comienza a chirriar cuando las cuerdas parecen hilos de una marioneta, y se revela con el mensaje final: la cuerda en la muñeca de una María (que sí tiene nombre) adulta comenzando su función como maestra en una escuela de educación especial… Es evidente que hay que segregar al alumnado con discapacidad. Y esto ocurre porque en realidad nunca se valoró al niño como tal, sino como lo que no era: como si él fuera una enfermedad, como si él quisiera la voluntad de la niña, como si su valor estuviera (incluso en los sueños) en el niño que puede bailar. ¡Qué daño hizo que la bestia se convirtiera en príncipe al encontrar el amor de la bella!
Por eso genera tantas lágrimas, porque no dejamos a las personas ser ellas. Entonces da pena la persona discriminada, en lugar de darnos pena nosotros mismos, y lo que hacemos con los demás. Creemos que vive atenazado por su condición, en lugar de cuestionar las relaciones y nuestro sistema social que lo excluye.
En cualquier caso, toda película permite pensar y sentir, y es evidente que ésta lo hace. Eso sí, necesitamos desplazar nuestra mirada hacia lo que hay en los márgenes de “Cuerdas”, para poder ver las cuerdas que también a nosotros nos mueven como marionetas, que se compadecen por personas cuyos problemas los constituimos nosotros mismos.
Acerca del Autor Nacho Calderón Almendros
Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Interesado en la experiencia de exclusión e inclusión educativa de personas situadas en los márgenes por sus diferencias. Empeñado en que la escuela sea un lugar donde todos y todas podamos crear sentido