Cuesta entrar en el sistema de Derechos Humanos

La visión que de nosotros los “tontitos” (según Celia Villalobos) se tiene no es la óptima. Y a pesar de que la Vicepresidenta del Congreso de los Diputados, la inefable Celia, nos llamara así en una ocasión; pese a que el cofundador de Ciudadanos, Arcadi Espada, publicara en el diario El Mundo palabras contra nosotros y nuestras madres; y aunque el pintoresco y ahora imputado Alfonso Rus dijera en una ocasión que a los minusválidos habría que bajarles y subirles de las nuevas instalaciones mediante cuerdas en lugar de rampas y ascensores, lo preocupante es que esas opiniones han calado muy hondo en la población española provocando que las personas discriminadas por nuestro funcionamiento lo sigamos siendo un ratito más. Ya es un clásico.

¡Dios mío, qué frase más larga me ha salido! Lo que vengo a decir es que lo importante no es tanto lo que se diga sino lo que se piense, y por supuesto, las acciones que esto genere. Por decirlo en castizo: “Dame pan y llámame tonto”. O si se prefiere: “Obras son amores y no buenas razones”. O ya puestos: “No por mucho madrugar amanece más temprano” (este no tiene nada que ver con nada pero siempre me ha gustado).

Y a lo que voy es a que las obras acometidas últimamente no contribuyen a alcanzar la inclusión, y encima, las palabras con las que nos califican o descalifican no ayudan. O sea, que no hay obras pero tampoco razones que justifiquen su ausencia. Es decir, que no hay pan para nosotros pero sí nos llaman tontos con total impunidad. Quizás lo que más duele sea que ni siquiera con la aprobación por la ONU y la ratificación por el gobierno de España de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, el mundo de la discriminación por funcionamiento llegue a entrar de una vez por todas en el sistema de Derechos Humanos que nos hemos dado a partir de la mitad del siglo XX. Sin duda, con estos mimbres, lo más negativo no viene ni de los partidos políticos de diverso pelaje ni de entidades tan reconocidas como Amnistía Internacional, sino de nuestros congéneres los plebeyos.

Hablando de Amnistía Internacional, a mí por lo menos me ha resultado deprimente escuchar recientemente que habían pedido sacar de una institución donde las condiciones eran infrahumanas a un preso político de algún país de esos dejados de la mano de Dios. Las comparaciones resultan odiosas, pero es que yo soy odioso: ¿acaso las condiciones infrahumanas de la institución-residencia en la que mantenían a este preso no eran las mismas condiciones infrahumanas de sus aproximadamente mil conciudadanos encerrados por su funcionamiento?

Si esa es la idea de ser humano que diferentes entidades de relumbrón tienen de nosotros, no podemos esperar nada bueno de nuestras autoridades políticas. Dejemos ya de pretender de una vez, admítanlo y admitámoslo, sobramos. Apaga y vámonos. Bueno, bueno, tuvo que venir otra organización a enmendarle la plana a esta gente tan “amnistiosa”. Con todo, la sensación de desarraigo total y falta de pertenencia no desaparece por mucha intervención benigna que se produzca.

Llegado a este punto, no me extraña en absoluto que, una y otra vez, se responda a las demandas de las personas discriminadas por su funcionamiento que “ahora no es el momento” y cosas similares. No es raro el sentimiento de soledad y aislamiento. Lo que sí es más extraño es que nosotros los hechos polvo sigamos intentando jugar una partida en cuyo tablero no se desea que aparezcamos.