Ni mucho menos se ha solventado el asunto de la Asistencia Personal, pero quiero hablarles un poco (para abrir boca) de los cuidados en el entorno familiar. En este sentido, si hace 4 años indicaba que el negocio de las residencias para discapacitados ya no estaba vigente, ahora digo que estaba muy equivocado. El número de personas internadas en centros residenciales es muy alto y no para de crecer. Más alto aún es el número de personas que recibe la prestación económica en el entorno familiar legalmente. En su mayoría son mujeres las que desempeñan las tareas de cuidado.
El número de personas dependientes que recibe esta prestación asciende a 405.889 en toda España, frente a un total de 1.305.969 beneficiarias de algún servicio o prestación por la Ley 39/2006, la conocida Ley de Dependencia.
Hace 9 años, tuve la oportunidad de participar en un grupo de trabajo que redactó un documento que ya expresaba su disconformidad con la Ley de Dependencia prácticamente en su totalidad. Nos hacíamos entonces 40 preguntas sobre lo bueno y lo malo que aportaba esta Ley. Casi todo era malo, no les voy a engañar, pero aquel escrito estaba bastante bien razonado. Aquel artículo o documento de trabajo del FVID (Foro De Vida Independiente Y Divertad) se cuestionaba los motivos por los que esta prestación era la más solicitada y concedida por aquel entonces (y ahora). Llegaba a las siguientes conclusiones:
- Dentro de las ofertas del catálogo, resulta la más barata para el estado.
- Efectúa un pago ínfimo por desempeñar una labor que ya se venía practicando desde tiempo inmemorial.
- ‘El entorno familiar y las cuidadoras no profesionales’ se reducen, mayoritariamente, a mujeres que siguen cuidando del familiar, como ya venían haciendo.
- Se crean puestos de trabajo ficticios, extrayéndolas del mercado laboral y limitando una evolución profesional adecuada.
- No existe formación ni seguimiento acorde con la importancia de tanto esfuerzo.
- Impide una vida digna e independiente a las dos partes implicadas.
Por supuesto, esto no lo escribí yo, pero no me acuerdo quién lo hizo porque asumo estas palabras, se las agradezco y tendría que darle crédito. En cualquier caso, algún otro motivo añadiría yo, por ejemplo el de que los horarios laborales de las mujeres cuidadoras (porque suelen ser mujeres) son interminables; además esta prestación difumina los límites entre “cuidador/a” y “familiar” lo que resulta pernicioso para las partes implicadas.
A mí desde luego me gusta (o al menos me conformo con) que mi madre, mi hermana, mi hija (si la tuviera), mi mujer (si fuese el caso), mis cuñadas, amigas, me ayuden en lo que necesite (todos cuidamos de todos, yo parto de esa idea). Sin embargo, sospecharía de todo y de todas si esas tareas las hicieran por dinero, a cambio de una retribución dineraria. Bueno, admito que no me gusta demasiado que mi madre, mayor de 70 años y que vive en la consulta del médico, se acerque a mí demasiado a no ser que sea para hacerme cariñitos y eso.
Digo lo mismo en relación a los capotes que me echan con demasiada frecuencia mi padre, hermanos, hijo (si existiera), marido (tampoco lo hay), cuñado, amigos, el señor ese tan amable del kiosco de la esquina. Por cariño o respeto (me refiero al hombre del kiosco, que no hay quien lo aguante cuando se pone a contar sus batallitas) definitivamente sí. Por dinero, cómo quieren que se lo diga suavemente: ¡que no hombre que no!
Prefiero mil veces una asistencia personal real, digna, que cubra mis necesidades y que me permita la inclusión en la sociedad. Luego, estoy abierto a todos los apoyos familiares que necesite.
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