Desbarajustes en la educación imperante

Como se ha escrito tanto sobre educación y educación inclusiva y son conceptos que todavía están en el aire como si fueran un misterio por resolver, me limitaré en este pequeño escrito a dar unas pocas pinceladas sobre este asunto que a todos atañe. Por tanto, no debe resultar extraño el desorden que impregnará estas líneas.

Desbarajustes en la educación imperante

Y como ejemplo de la falta de orden de este artículo empezaré escribiendo lo que tenía preparado escribir al final, como colofón de estos renglones. Iba a decir que el lema electoral de Tony Blair en la primera de las elecciones a la que se presentó era “educación, educación, y educación” lo cual me parece sintomático de la relevancia que le daba a este asunto en su proyecto de país. Hasta su llegada al poder el presupuesto dedicado a esta faceta era tan pequeño que, a pesar de que dedicó grandes partidas de dinero a esta área consiguió superar solo en una décima el presupuesto dedicado a educación en comparación con otros países. La media de lo invertido por los países de su entorno hasta entonces era de 5,5 por ciento del PIB, en su época se llegó a invertir hasta el 5,6 por ciento del producto interior bruto de su país.

A la vista de que todo no es dinero la mejora en el sistema no fue espectacular según sus detractores y sí lo fue según sus seguidores. La guerra de cifras estaba servida, pero lo de menos es si aumentó los buenos resultados en diez o en quince puntos o no los aumentó en absoluto. Lo de más, en mi opinión, fue que en la Pérfida Albión se tomó la educación como una prioridad.

Por seguir con este batiburrillo de ideas que me torturan de madrugada, repetiré lo tantas veces dicho de que la educación debe incluir a toda la tribu, entendiendo esta como toda la comunidad educativa (principalmente profesores, padres y alumnos, pero que bien podría extenderse a todos los elementos de la sociedad: administración educativa, hermanos, el panadero de la esquina, y así). Si se logra involucrar a todos los miembros de la comunidad en la formación del alumnado (una formación que, no se debe olvidar, se extiende a lo largo de toda la vida) el beneficio para todos los involucrados también se multiplica.

Una pregunta que me he formulado en varias ocasiones tiene que ver con hasta qué punto llega la educación reglada, o lo que se debe enseñar en la escuela, y desde qué momento comienzan las enseñanzas no formales que nos preparan para la vida en comunidad. ¿Es necesaria una asignatura que trate sobre los incendios forestales que nos asolan todos los veranos y la forma de prevenirlos? ¿Y sobre los crímenes de violencia machista que se producen cada año? Incluso llego a intentar estructurar del modo más febril imaginable la valoración que se le debe dar a los recreos. En ocasiones de lo más absurdas, he pensado en la necesidad de introducir una asignatura denominada “recreo”.

De algo sí estoy bastante seguro, al contrario de lo que dice la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad no sólo se debe aceptar a la persona discriminada por su funcionamiento, sino que a todo alumno, cualquiera que sean sus características se le tiene que reconocer, aceptar y acoger. Abrazar esa otredad enriquece igual que un tesoro que, cuanto más profundo se halla, mayor recompensa obtenemos. Aunque obviamente la Convención se centra en un sistema educativo apto para incluir a los niños con desventaja por su funcionamiento, no debemos olvidar que un sistema educativo inclusivo también debe estar diseñado para el alumnado con otro tipo de desventajas sociales.

De hecho, hay que recordar que ya el artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1.948 habla de que “toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”, en este artículo se habla de que para llevar a cabo un deber para la comunidad es necesario estar incluido en la misma.

De una vez por todas hay que aceptar que la educación tiene dos funciones: la primera y menos importante es la de verter una serie de conocimientos en los críos, mientras que la segunda y más importante supone que la escuela se convierta en un espacio de socialización. Por ello el lugar donde se encuentre el estudiante adquiere una importancia inusitada. Por ello también se insiste tanto en que la educación inclusiva se debe practicar en un entorno regular, donde convivan quienes tienen desventajas con aquellos que no las tienen (o tienen menos).

A estas alturas mucha gente hemos oído hablar de la zona de confort; pues bien, esa área se debe extender y afianzar en la escuela como si de un chicle se tratara pasando de zonas de confort a zona de aprendizaje y a zona mágica o de pánico según se mire. De ahí la enorme importancia de los maestros, cuya labor con frecuencia es permeable y confluyente con la de los padres, como acompañantes del niño en el camino que este debe emprender de zona en zona afianzando su seguridad en cada uno de estos espacios.

En el párrafo anterior hablaba de que el alumno emprende un camino en el que va acompañado. Esto no es del todo cierto en cuanto a que el camino emprendido no solo lo tiene que realizar él en beneficio suyo. En muchas ocasiones ese trayecto también lo tienen que recorrer las autoridades administrativas y el resto de componentes de la tribu. Todo consiste en interiorizar quién se encuentra en el centro de un sistema educativo decente. Por desgracia, todavía no le cedemos ese sitio al niño.

En fin, para que una escuela sea inclusiva hace falta en primer lugar que cada rincón de ella, sus bienes y servicios sean accesibles a todos los miembros de la comunidad educativa. En segundo lugar se tiene que dar una formación sólida en diversidad a la totalidad del profesorado, que además se tiene que creer que la diversidad no representa un problema sino retos y riquezas. Por fin, la escuela debe estar provista de los medios materiales y humanos (incluida la asistencia personal si fuera necesaria) indispensables para facilitar la tarea de quienes acuden a ella.

Después de redactar estas líneas, queda todavía más patente que los misterios de la educación no se resuelven con un pincel, ni siquiera con buena voluntad intuitiva y menos aún a base de normativas más o menos justas. Sin duda estos factores ayudan a mejorar o empeorar la situación en la que estamos. Lo cierto es que entre unos y otras se debe mejorar el sistema y su calidad.