La serie de episodios que voy a narrar comienza a desarrollarse en verano de 2.011 con los infames homicidios de Boecillo, cerca de Valladolid. Salió en bastantes medios de comunicación, resulta que una cuidadora que trabajaba en una residencia cogió a tres niños y como sus vidas no merecían la pena ser vividas les puso una bolsa de plástico en la cabeza a cada uno hasta que dejaron de respirar y claro, cuando no se respira, lo lógico es que uno se muera, que es lo que pasó.
La discriminación y violencia ocasionadas por o a personas con diversidad funcional son un asunto bastante complejo. Rondan cerca de conceptos como poder, posesión, institucionalización, enfermedad, víctimas, verdugos, tergiversaciones de la realidad y seguro que más cosas. El caso es que para Noviembre del mismo año 2.011, la investigación derivó hacia derroteros que indicaban que la presunta homicida estaba, a su vez, enferma e incluso ya se le había puesto un nombre a dicha enfermedad (más bien dos). Según la prensa, la impagable labor de una persona que trabaja por un periodo extendido de tiempo con Personas con Diversidad Funcional les provoca un mal: el denominado “síndrome del cuidador” o bien “síndrome del quemado”. Los síntomas de este síndrome son: mal humor, preocupación, falta de sueño, estrés, y demás. En esta ocasión la persona con ese síndrome cometió un crimen, pero la verdadera causa del crimen fue ese síndrome producido por merodear a Personas con Diversidad Funcional.
Pasó el tiempo y ya en 2.012 leímos que una anciana había fallecido en su domicilio y a los pocos días su hija de 40 años, que “sufría” discapacidad y además era ciega, también se fue a la otra orilla porque no recibió los cuidados que precisaba. Aquí me tiraré a la piscina a la espera de que tenga agua. Quizás los cuidados que necesitaba la hija finada de la anciana finada eran tantos como recibir comida. Pero como no lo sé me callo.
Lo cierto es que en seguida personas de los servicios sociales de todo el país se echaron encima de la señora (enterrada) diciendo que debía haberles hecho caso ingresando a su hija en una residencia, a lo que se negó la madre. Poco hicieron tales servicios para solventar el asunto de la amenaza de desahucio que sobrevolaba sobre ella. La situación de pobreza de la familia no importa tanto como haber desoído la voluntad de los expertos.
En Septiembre ocurrió un suceso similar: un anciano de 74 años mató a su hijo con diversidad funcional severa y después cometió suicidio. En la nota aparecida junto a los cadáveres, se explicaba que este señor no podía hacerse cargo de los cuidados de su hijo. De nada importaba ya saber que este hombre había enviudado pocos días antes, que su esposa había cuidado del niño toda la vida, que a lo mejor freír un huevo suponía una tarea imposible de realizar para él dadas las circunstancias (cualesquiera circunstancias). Llama la atención que la tarea encomendada casi siempre recaiga sobre la mujer. También resulta curioso el modo de reaccionar de hombre y de mujer: ¿Por qué el hombre no se suicidó antes de “liquidar” al niño?
Recientemente, ha sido muy notoria la masacre perpetrada en Estados Unidos por el joven Adam Lanza. En un principio la matanza se achacó a que esta persona había sido diagnosticada de pequeño con una variante de autismo. Eso dijeron en portada los diarios estadounidenses Chicago Tribune y New York Times antes de pensar y averiguar que los padres del muchacho se divorciaron en 2.009, que el chico era tímido, inteligente, introvertido, etc. Culparon al niño autista sin tener en cuenta que a la madre, con quien vivía, le habían convencido de que el mundo terminaba por esa profecía maya. Sin preguntarse el motivo por el que la envenenada madre se había hecho con un auténtico arsenal en casa, la palabra “Asperger” había sido divulgada a los cuatro vientos.
Un día demasiado tarde ambos medios se retractaron de haber culpado a ese asesino por causa de una presunta diversidad funcional. En tiempos en los que no había que precipitarse en sacar conclusiones erróneas, como concluir que la matanza de Newtown se debía a la diversidad funcional de un joven, la precipitación tuvo lugar. Ahora parece que la investigación se inclina más bien por averiguar las razones por las que el acceso a las armas de fuego son tan sencillas en aquel país.
Hace pocos días se conocía con estupor el suceso de Sevilla por el que 5 individuos violaron a otro con diversidad funcional y le obligaron a realizarles masturbaciones y felaciones. Escabroso y escalofriante hecho, sobre todo porque la prensa destacaba que 2 de los agresores también tienen diversidad funcional. Para completar el cuadro haría falta que no tuvieran papeles y fueran rumanos o algo, y si las masturbaciones se hubieran hecho por internet, mejor. Pero no se puede tener todo.
Con el panorama que se nos presenta, preocupa mucho que no nos planteemos la vida independiente de Personas con Diversidad Funcional, con asistencia personal. Asusta que se transmitan ideas tergiversadas y valores trasnochados a la opinión pública. Se puede considerar de tremendistas a los que pensamos que, bajo una falsa máscara benefactora se ocultan rostros maléficos que se acercan con saña a cazar personas con diversidad funcional. Por mi parte, esperaré escondido bajo la cama.
Autor: César Giménez Sánchez.