Alguna vez se me ha ocurrido hablar de la discriminación que padecemos las Personas con Diversidad Funcional y, o bien se han reído de mí, o bien me han tachado de victimista. Con algunos datos en la mano en ocasiones he mostrado que, más que victimistas las Personas con Diversidad Funcional somos víctimas de discriminación, pobreza, exclusión social, violencia institucional, etcétera.
Sin embargo, es posible que me encuentre en un grave error y que nuestro colectivo forme parte de la élite en el reino de los reyes del mambo. Mi postura entonces se podría calificar como la de un vulgar llorón y se me podría vejar y maltratar sin mayor problema por mi quejumbrosa descripción de nuestro panorama.
En cambio yo pienso que los obstáculos y barreras que se ponen en nuestro camino para estar incluidos en la sociedad son tremendos y, a veces, insuperables. Bien es cierto que en ocasiones esos obstáculos los colocamos nosotros mismos por nuestro conformismo y adocenamiento. Pero en la mayoría de las ocasiones, los déficits que tenemos nos los imponen desde fuera. Existen multitud de lucecitas de alarma que se encendieron hace tiempo y que confirman la existencia de baches gigantescos que convierten nuestro lado del terreno de juego en un patatal.
Indicadores objetivos apuntan a que las Personas con Diversidad Funcional somos las últimas en el acceso y permanencia en el empleo y la educación, por poner un par de ejemplos. También es merecedor de mención que nuestra esperanza de vida es mucho menor que la de las personas sin diversidad funcional.
A pocos nos gusta comparar, pero puestos a ello no lo vamos a hacer con un país en vías de desarrollo. Más bien prefiero comparar la situación en la que estamos con la de lugares lo más avanzados posible. Por poner un ejemplo, se puede afirmar sin temor a ser llamado quejica (si nos fiamos de lo que dicen la organización mundial de la salud –OMS– y el instituto de mayores y servicios sociales –IMSERSO-) que mientras en Suecia hay más de 26.000 personas con asistencia personal, con una población similar en Andalucía apenas tenemos unas 15 (sin el mil) y eso es sintomático de algo, no sé muy bien de qué pero algo apesta en el reino de Dinamarca, que diría Hamlet. Lo cierto es que supongo que significa infamia o desprecio, pero no es momento de sacar culebras al sol, sino de arrimar el hombro.
Habrá factores culturales, debidos a nuestra mentalidad y tradiciones, también hay que tener en cuenta que venimos de donde venimos. Además hay que recordar otros factores, quizá el hecho de que la asistencia personal sueca sea de verdad pero que la andaluza y española sean de mentirijillas.
Lo cierto es que la visibilidad y participación pública de Personas con Diversidad Funcional en cualquier espacio (cultural, comercial, político) brilla por su ausencia, como en la elaboración de leyes que nos afectan (todas), en que nuestros representantes benefactores ya se ocupan de “lo nuestro” sin mucho acierto y con nuestra sonora y lamentable afonía.
Evidentemente, existe una deuda impagable para con las Personas con Diversidad Funcional. Se me antoja que no es momento de reclamar impagos caducados, pero lo es de exigir la asistencia personal que legítimamente nos corresponde. Sería un buen comienzo.
Autor: César Giménez Sánchez.