A lo largo de la vida y a causa de las diferentes circunstancias de las personas y de su entorno; su funcionamiento, aspecto, comportamiento, y otras características; el trato recibido por los individuos varía segundo a segundo. En cuanto a la relación que entrelaza los distintos elementos, el entorno varía también obedeciendo a si una persona vive en un barrio o en el de al lado, en una ciudad o en la siguiente, en una gran urbe o en un pequeño villorrio. En consecuencia, no hay que ser un lince para darse cuenta de que las capacidades de actuar y las habilidades para obrar dependen de multitud de condicionantes que cambian a cada instante. Para definir estas capacidades no nos debemos limitar al asunto de la salud del individuo, además tendríamos que centrarnos en la “salud” del medio en el que se desenvuelve y en muchos otros factores. Así, la llamada “discapacidad” es siempre algo dinámico y nunca puede ser estático.
Ya el artículo 1 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad expone el propósito de dicha Convención:
El propósito de la presente Convención es promover, proteger y asegurar el goce pleno y en condiciones de igualdad de todos los derechos humanos y libertades fundamentales por todas las personas con discapacidad, y promover el respeto de su dignidad inherente.
Las personas con discapacidad incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.
Noten por favor que el segundo párrafo habla de que este colectivo incluye a ciertas personas, no las define. Y tengan en mente también que todo el segundo párrafo de este artículo conforma un gran anacoluto. En su trasposición a la legislación española a finales de 2013, el artículo 4 del Real Decreto Legislativo 1/2013, de 29 de noviembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y su inclusión social, referente a los titulares de ciertos derechos no es menos anacolútico al decir lo siguiente:
Son personas con discapacidad aquellas que presentan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales, previsiblemente permanentes que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con los demás.
El parecido entre el artículo 1 del Tratado Internacional y el artículo 4 del Real Decreto Legislativo 1/2013, de 29 de noviembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social es asombroso, yo diría que hacer un copia pega de este artículo en 5 años bate todos los records de lentitud e ineficacia hasta el momento, pero tampoco me he leído todas las normas como para poder opinar con certeza al respecto.
Por otro lado, no se trata de un pegado idéntico de textos a pesar de que el anacoluto persiste. Ponerse ahora exquisito señalando las diferencias entre ambos escritos sería una pérdida de mi tiempo y del suyo, así que no lo voy a hacer. Lo que mi religión me impide dejar de señalar es que cuando se habla de “discapacidad” se hace en términos de deficiencia, mientras que cuando se habla de “diversidad funcional” se hace en términos de diferencia. Quizá esta sea una de las diferencias fundamentales entre concebir a las personas de un modo “deficiente” o hacerlo de un modo “diferente”. Sucede que al intuir una interacción entre personas y ambientes, si se habla de discapacidad hemos necesariamente de tener en cuenta las deficiencias de las personas y de su entorno. Si, en cambio, nos trasladamos a un discurso centrado en la diversidad habrá que recordar la igual dignidad de todos los seres humanos (incluyendo cojos, ciegos, o personas con ochenta años) pero habrá que persistir señalando las deficiencias del entorno hostil en el que se desenvuelven.
En cualquier caso el objeto de esta entradilla pretendía y pretende remarcar lo dinámico que resulta el trato a diferentes personas, con diferentes características, en diferentes momentos, y en diferentes espacios. Y algo de lo que me he dado cuenta con el paso del tiempo ha sido la obsesión de la población por conocer el origen de tu vulnerabilidad: ya sea por tu lugar de procedencia, tu orientación sexual, tu edad, si tuviste un accidente de tráfico, si “lo tuyo” es de nacimiento, o si vives en tal o cual pueblo. El propósito de este afán por saber se explica porque el individuo y la sociedad construye un súper héroe o un súper villano en base a la respuesta.
Pero más cierto todavía es que, dependiendo de la contestación, la consecuencia es un mayor o menor grado de discriminación, marginación, segregación o exclusión. Entre los seres humanos se establecen relaciones de poder y dominación fomentadas por barreras físicas y mentales que constantemente se intentan paliar con normas legales y de comportamiento, además de con medidas de acción positiva con desigual éxito y en demasiadas ocasiones mínima repercusión.
Quizás parecerá una tontería que yo afirme que la discriminación se manifiesta en temas tan inanes como la colocación de un escalón donde podía ir una rampa perfectamente. Pero los ámbitos de desigualdad y segregación abarcan múltiples y muy diferentes campos, desde el diseño urbanístico, al empleo, al transporte, a la comunicación, a la educación, y tantos terrenos que resulta insuficiente adjudicarle a una persona un número que lo englobe todo y actuar a partir de ahí. Sólo se puede actuar con escasa precisión partiendo de esa cifra.
La repercusión de las actuaciones tomadas por nuestros gobernantes surtiría mejores efectos si se tomara como punto de partida la diversidad humana, las deficiencias de nuestro entorno, el grado de discriminación sufrido por cada individuo y el nivel de desigualdad de oportunidades al que se ve sometido.
En cualquier caso es evidente que nos enfrentamos a un asunto muy complejo y multidisciplinar, donde destaca la desigualdad entre los miembros de nuestra comunidad. La solución a esta cuestión pasa por cumplir y hacer cumplir las leyes que nos hemos dado, incluyendo las medidas de acción positiva que equiparan a toda la población. Más complicado resulta transformar mentalidades, tradiciones, usos y costumbres ancestrales. Sin embargo, lo raro que se produzcan estos cambios también es importante. Esas transformaciones se darán cuando dichas leyes y acciones se pongan en marcha y surtan el deseado efecto.