Discriminación en el transporte ferroviario

A mediados del mes que viene tengo que viajar en tren a Sevilla. Una vez allí tengo que dar una charla sobre la legislación que rige la vida independiente de los oprimidos por ser discapacitados. Yo no soy jurista, pero reconozco cuando me están haciendo mal, quizá por ello hayan decidido que sea yo el encargado de hacer esa ponencia. Con mis dificultades de comunicación intentaré que la gente asistente se entere de algo, por su bien y por el mío (bueno, relativamente, a lo mejor si la audiencia lo entiende todo y no está de acuerdo con nada me vuelvo a Málaga con un saco de tomates). Pero esa no es la cuestión ahora mismo, ya me están confeccionando una armadura a prueba de verdura.

primer plano de dos rodajas de tomates
primer plano de dos rodajas de tomates

Aparte de ese ligero problema, primero hay que llegar a Sevilla (a la Alameda de Hércules) sano y salvo desde mi lugar de origen: Málaga. Para transportar mi cuerpo serrano de aquí allí en tren tengo dos opciones nada menos. La primera y más barata por tratarse de un tren de media distancia consiste en coger el vehículo que va directamente desde una estación a la otra con el inconveniente de que el tramo entre las estaciones de Osuna y Pedrera lleva estropeado casi un año (desde que el gobierno de Andalucía es de la tendencia opuesta a la del gobierno de la nación de naciones, y mientras Renfe mira hacia otro lado) y ese pequeño espacio lo tendría que recorrer en autocar. Sucede que hace unos días estuve en la estación de aquí y la empresa no se responsabiliza de que el transporte por autocar sea accesible. Sucede además que yo no quiero volverme a casa sin una generosa cosecha de tomates.

La segunda opción consiste en viajar en un tren Avant, en la línea de alta velocidad, de aquí a Córdoba y de Córdoba a Sevilla sin necesidad de bajar del mismo porque evita el tramo escacharrado y porque descender en Córdoba supondría que obligatoriamente tendría que visitar la Mezquita de la que no guardo buenos recuerdos desde la adolescencia por motivos que ahora no vienen al caso, hace falta comprarse mis memorias no autorizadas para enterarse de los motivos que me llevan a sufrir una antipatía irracional por ese bello monumento.

Desde hace tiempo vengo observando que el público asistente tiene en cuenta con mayor rigor las pequeñas corruptelas y anecdóticos hechos de cada día que lo excesivamente grande que no nos entra en la cabeza. Por ejemplo, una persona de a pie se queda tan pancha si se le dice que tal gobierno ha malversado quinientos mil millones de euros en carreteras (esto es ficticio, por supuesto), pero ese mismo individuo se lleva la manos a la cabeza escandalizado cuando ve el video de Cristina Cifuentes (digamos) robando en una tienda un objeto que cuesta 10 o 50€. Cuando miembros de alguna administración se han gastado dinero público en una cena con postres, cafés, puros  e impuros, es señal indudable de que se aproxima una inminente guerra civil.

Pero volviendo al asunto de la discriminación ferroviaria en esta esperpéntica España de mis amores, es menester denunciar en público que la diferencia entre viajar a la capital de Andalucía en tren es que las personas con movilidad reducida y necesidad del concurso de una tercera persona para realizar el trayecto es de 80€ más que las personas sin tarjeta dorada que no puedan viajar en el tren de media distancia. Yo no sé a ustedes, pero a mi bolsillo todavía le duele el castañazo.