Discriminación en la universidad

En realidad, el problema comenzó mucho antes. Ignoro exactamente cuándo, pero ahora me pregunto si de verdad no existe algún tipo de discriminación contra el alumno con diversidad funcional en la universidad. Pero en concreto la historia se inició cuando recibí una carta procedente de la universidad de Málaga. En ella se me notificaba de dos cosas. La primera era que debía pagar las tasas correspondientes para el curso siguiente si quería continuar redactando la tesis conducente a la obtención del título de doctor. En segundo lugar se me anunciaba que el plazo para defender dicho escrito finalizaba en Septiembre de 2.016.

Mi contestación a dicha misiva fue, lo admito, un poco subida de tono aunque disimulaba la ira que en esos momentos me embargaba. Pero no se trata aquí de contarles mis variables estados de ánimo. Intentaré, pues, resumir en breves líneas el contenido de mi respuesta. Le contesté a mi interlocutor que había acudido con ese asunto a diferentes autoridades de su entidad. Añadí que esta institución estaba plagada de incumplimientos de la normativa vigente de accesibilidad a los bienes y servicios, que el tiempo había pasado desde mi última reclamación y que a pesar de todo ello, no veía ninguna voluntad de cambiar el statu quo. Por último me preguntaba en voz alta y de forma más bien retórica si en realidad no se pretendía que personas con necesidades importantes de apoyos externos no lográramos ese título tan preciado por algunos.

A grandes rasgos, en su réplica se me invitaba a hacer algunas gestiones a través de organismos con los que había tratado anteriormente. Destaco el servicio al alumno con discapacidad y el profesor (a estas alturas ya jubilado y, que yo sepa, desaparecido en combate) que me había estado tutelando este trabajo.

Lo cierto es que mi contrarréplica fue sencilla y mostraba hastío, cansancio y desmotivación. Así pues, simplemente le cité el fragmento de una publicación que hablaba lo de los obstáculos extra a los que nos enfrentamos ciertas personas y el desánimo que en nosotros cunde. Nada más lejos de mi intención que involucrar a terceras personas en mis asuntos, y no me veía yo con fuerzas suficientes para remover cielo y tierra antes de comenzar a elaborar un trabajo.

La clave, creo yo, está en la voluntad o falta de ella para realizar determinados ajustes necesarios para que los estudiantes que precisamos de ellos podamos cumplir nuestra labor. Esto es, en un contrato intervienen, al menos, dos partes. Ambas partes están sujetas a algunos derechos y deberes. Por parte del alumno en cuestión, su cometido es acometer y finalizar un escrito decente y defendible. Por parte de la institución correspondiente, no es razonable poner piedras en el camino de su contraparte.

Sucede que una de las partes contratantes tiene la sartén por el mango y se permite impunemente incumplir su parte del convenio. Consigue con esto limitar futuras carreras docentes o investigadoras de las que tanto precisa nuestro maltrecho país. Una vez más se demuestra que, pese a las excepciones, Goliat vence a David sin darse cuenta de que convirtiéndose en aliados su fuerza se ampliaría en gran medida. En esta ocasión Goliat se transforma en una pared insensible a todo cabezazo propinado por individuos como David.

La suerte y obligación que tenemos algunos es que podemos contar estas injusticias. Eso me lleva a concluir cuánto peor sobreviven quienes no pueden narrar lo que les sucede en diferentes etapas educativas. Las atrocidades producidas por el sistema a niños con diversidad funcional son realmente preocupantes.