Ayer puse un mensaje en esa enorme botella llamada twitter. En concreto, el mensaje decía algo así como que a los españoles en los aeropuertos internacionales se nos discrimina porque solemos llevar la mochila colgada en la parte de delante. En realidad resulta mentira que se nos discrimine por eso. Sería una sandez de tal calibre que no alcanzo a imaginármela. Sin embargo, sandeces hay muchas, y nunca se sabe. Es cierto que a los españoles en el extranjero o cuando vamos en manada en los aeropuertos se nos distingue no por lo que presumimos nosotros (eso de que gritamos más que nadie es una falacia). Quizá sea el tono oliváceo de nuestra piel lo que, en general, nos diferencia. Pero por supuesto nos caracteriza esa manera tan peculiar de llevar una bolsa que deberíamos colgar en la espalda.
Lógicamente, el mensaje era una tontería propia de un lunes cualquiera, máxime cuando el que la escribe soy yo. Es una memez soberana discriminar a alguien por una diferencia en el modo de actuar. Sin embargo, créanlo o no, a Antonio Canales en la aduana del aeropuerto de Nueva York le dejaron como su madre le trajo al mundo por tener pinta sospechosa, el asunto de la raza es punto y aparte. No sé como llevaría la mochila, pero es cierto que hasta donde yo sé es de raza gitana, a no ser que se haya pasado al otro lado de la acera. Así que memeces haberlas haylas. Por ese motivo tan ridículo separaron de la fila al famoso bailaor y lo registraron de arriba abajo y de cabo a rabo.
Los españoles, en un ejercicio habitual de chauvinismo patrio, en su momento (año 2.000) nos rasgamos las vestiduras y susurrábamos que estos americanos eran unos exagerados. Por tanto, la memez comenzó con la separación y continuó con la segregación. En el caso concreto que estamos tratando, la segregación de Canales obviamente culminó en el abuso recibido por él y nuestro banal quejido.
Aunque hay quien dice que la segregación es una palabra muy estridente, lo cierto es que existe en muchos ámbitos y normalmente desemboca en discriminación, abuso y maltrato. La carga de violencia que acarrea consigo esta discriminación viene definida en el artículo segundo de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Cuando hablo de violencia no me refiero a actos simbólicos o pasajeros. Se trata de violaciones de esas con penetración, asesinatos, acoso sexual, esterilizaciones no consentidas, y más cositas que algunos prefieren no ver o ignorar.
Gran parte de esta discriminación la sufrimos las personas con diversidad funcional por el mero hecho de convivir con una. Con todo, no mucha gente se rasga las vestiduras ante semejante crueldad. Después de todo, según dicen, somos peores (como lo era Goebbels) y hay que mejorar la raza. Por ello es mejor no dejarnos nacer.
En este punto quiero recordar que no existe el derecho a nacer, pero paradójicamente es condición sine qua non para poder ejercer el derecho a la vida: un continuum con principio, desarrollo y fin. Si esa vida marcha dignamente de acuerdo con los postulados que marca el Movimiento de Vida Independiente, pues mejor que mejor. De otra manera cabe exclamar que eso no es vida ni en pintura.