La falta de dinero para establecer una asistencia personal suficiente no deja de ser más que una excusa barata. Y era bien barata y la gente la compraba y la sigue comprando, aunque cada vez menos, a pesar de los numerosos estudios económicos que negaban su elevado coste. Ha tenido que llegar la amarga crisis económica para impulsar el sistema (todavía en mantillas, cierto es reconocerlo) de asistencia personal que le va comiendo terreno a los centros residenciales.
Una vez ganada la batalla de lo económico viene lo más difícil. Es el turno de enfrentarse a la otra gran crisis que nos azota. Se trata de la crisis de valores morales. Pero antes de llegar a ello hay que convencer todavía al mundo político de la necesidad de que ejerza su coraje y su voluntad para enfrentarse a los grandes grupos de interés que siguen a favor del ladrillo sustituyendo las tijeras y las cintas para inaugurar centros de este estilo por programas de inclusión con apoyos individualizados carentes de comisiones, mordidas, publicidad y votos.
Sin duda, no veo yo al alcalde de mi ciudad viniendo a mi cama a la hora en que mi asistente personal me levanta para inaugurarme con un fotógrafo y un reportero de la cadena de televisión local. ¿Acaso me cortaría con unas tijeras un mechón de mi hermoso cabello? Con los pelos que tengo yo al despertarme supongo que lo más lógico por su parte sería mandar mis derechos a tomar viento, Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad incluida.
Lógicamente, el establecimiento de un sistema digno de asistencia personal no es tanto una cuestión de dinero o de voluntad o de coraje. Se refiere más bien a los derechos humanos de todas las personas. Y hay gente que al escuchar la palabra “derechos” se pone muy nerviosa. Aunque yo no entiendo mucho el motivo, intuyo que tiemblan los que equiparan derechos con rascarse el bolsillo, con enfrentarse a viejos amigos, con admitir que hay tradiciones profundamente enraizadas sobre nuestro carácter que son incorrectas. Esa misma gente se parapeta tras otras palabras como “demagogia”, “populismo”, “insostenible” y así se consuela.
Otro consuelo frecuente para los mandamases es la escasa demanda de asistencia personal existente en España hasta el momento. Pues bien, no queda más remedio que darles a estas personas toda la razón. Hay que considerar, además, que políticos y técnicos de numerosas comunidades autónomas ni siquiera conocen la existencia de esta medida, por lo que difícilmente la pueden publicitar y así no hay quien la demande. Si a la falta de conocimiento por parte de la administración le añadimos que la cantidad de dinero para paliar la desigualdad es digna de los mejores pañuelos, que con lo que los entes públicos (nacional y autonómicos) dan para asistencia personal no da ni para poco, el plato está servido.
Por hablar con propiedad: El plato lo retiraron de la mesa antes de poder hincarle el diente a la comida. Menos mal que nadie se ha movido para reclamar una supuestamente enorme deuda histórica, porque entonces se daría uno cuenta de que esa deuda es impagable. De todas formas hablar de ello sólo daría pábulo a los voceros contra la supuesta “demagogia” y “populismo”. Entiendo que agua pasada no va a mover molinos, y que mejor que revolcarnos en un denigrante pasado, podemos y debemos mejorar el presente y el futuro promoviendo la vida independiente a través de la asistencia personal. Si dicha asistencia personal es suficiente, digna y satisfactoria tanto para el prestador como el prestatario prometo dar palmas con las orejas.