Diversidad funcional y puzles

Cualquier cambio en la manera de denominar un objeto, persona o situación debe ir, evidentemente, acompañado por una transformación nítida de la actitud y comportamiento hacia ese objeto, persona o situación. La nueva terminología empleada debe ser claramente explicada y mejorar sustancialmente el anterior modo de dirigirse y actuar con respecto a estas circunstancias. Una explicación más parece extemporánea, innecesaria y excesiva pero no me resisto a meterme donde no me han llamado.

Diversidad funcional y puzles

Me refiero con ello a que la expresión “diversidad funcional” cuenta con muchos detractores (demasiados y demasiado feroces, por lo que he experimentado) que se ponen inmediatamente en guardia al escucharla y prefieren, en cambio, la palabra tradicionalmente empleada “discapacidad”. Quizá el pecado venga de no haber sido posible explicar correctamente el significado de la expresión anteriormente dicha, mientras que se acepta por costumbre y sin mayor cuestionamiento aquello de “persona con discapacidad”. Debería aclarar en primer lugar que lo importante no es ni la expresión ni la palabra oficial, el énfasis se debe poner en la discriminación que acarrea la diferencia.

Efectivamente, la locución “diversidad funcional” forma parte de un todo en el que el enunciado completo es persona discriminada por su diversidad funcional. Se acentúa precisamente la discriminación que sufre un grupo de personas que funciona de manera diferente a la del resto de los mortales, al ser diferentes (como las mujeres, inmigrantes, personas de diversas razas y religiones, etc.) se les tiene a veces por infrahumanos, a veces por enfermos y en ocasiones son causa inconsciente de miedo y odio.

Sin embargo, tiene la virtud de haber sido compuesta por personas de ese mismo grupo, respondiendo así al lema de cualquier grupo discriminado de: nada sobre nosotros, sin nosotros. Todos sabemos que esto contrasta con el lema de la época del despotismo ilustrado: todo para vosotros, sin vosotros. A menudo, ese sin vosotros ha desembocado en un clamoroso “nada para vosotros”.

Por tanto, “diversidad funcional” intenta reflejar la realidad humana de que existe un grupo importante de individuos que funciona de manera distinta a la habitual. Al mismo tiempo elimina toda denotación negativa que pueda tener la palabra “discapacidad”. Por último pretende eliminar el factor “capacidad” de la definición de una realidad inherente al ser humano, un hecho y no un derecho. Pero como indicaba al comienzo de esta entradilla, un cambio en la terminología debe ir de la mano de una nueva visión, actuaciones y actitudes.

“Discapacidad”, “persona con discapacidad” o “persona discapacitada” se centran en la capacidad individual de una persona de hacer o deshacer algo. Estas palabras y expresiones son, además, nos guste o no, en cierto modo peyorativas por su prefijo y por haber sido impuestas desde otros ámbitos. El problema es que, al ser un calco del inglés no significa exactamente lo contrario de capaz (en inglés tampoco existe el sustantivo “disable”), que sería incapaz y sus variantes coherentes: incapacitado, persona con incapacidad, a lo que me formulo la cuestión de en qué lugar queda, si existe, una persona “discapaz” y no tengo más remedio que el de hacer una mueca pensativa.

Es patente el poder del lenguaje en muchos sentidos (crear pensamiento no es baladí), no obstante el mayor poder yace en lo tangible y cotidiano.