Educación, zorros, nocilla

Iba a comenzar esta reflexión afirmando que una persona o grupo de ellas que tiene el país hecho unos zorros no tiene autoridad moral ni capacidad para dictar norma alguna que pretenda educar a los futuros ciudadanos. En cambio esto sería un poco como nadar a favor de la corriente actual. Sería fácil decir que si Rajoy esto, que si Rubalcaba aquello, que si Wert lo otro y así. Pero ya digo: eso sería lo sencillo, y uno por desgracia para él escogió una opción entre las tres que le ofrecía la vida. Las tres opciones son las siguientes: ser objeto pasivo y aceptarlo todo tal como viene, quejarse de vicio de Rajoy, Rubalcaba y Wert sin más fin que el de la pura pataleta, y darse cabezazos contra la pared hasta reventar una u otra porque se va contracorriente, ofreciendo razones con las que se puede discrepar por supuesto, intentando cambiar, en la medida de sus posibilidades, la realidad que nos rodea. En su día, quizá erróneamente, escogí la tercera opción, y ahora no me sé apear del burro.

Educación, zorros, nocilla

Me voy a referir a la Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE). El borrador mas reciente que he leído data de Febrero y aparte de que su preámbulo afirma que pretende mejorar la calidad educativa como dice su nombre, enseguida aparece un término que, cuanto menos, sorprende y resulta sospechoso. La palabra en cuestión es empleabilidad, que no desaparece en todo el articulado de la Ley.

Y esto me hace cuestionarme si se considera que la educación mejora en tanto en cuanto los niveles de empleo también mejoran. Lo cual me lleva a otra cuestión, que muchos sabios probablemente apolillados, con monóculo y fumadores de pipa, se han preguntado antes que yo: se trata de lo que entendemos por calidad educativa. Porque, créanlo o no, hay divergencias entre los sabios y expertos a la hora de responder a esa duda. Según esta Ley Orgánica, parece que calidad y empleabilidad forman un tándem inseparable. Según otros la calidad educativa será otras cosas, no depende tanto de la creación de empleo.

Mucho se habla, por ejemplo, del mérito, la disciplina, la autoridad y la constancia. Y esto está bien, pero la palabra “constancia” me recuerda insistentemente al término “reincidencia”: la constancia o reincidencia en lo malo no desemboca en lo bueno, digo yo. Luego, habría que hablar de autoridad, porque ella no se da, sino que se gana: entiendo yo que la autoridad no es algo que se otorga con el título de profesor o maestro, más bien es una especie de respeto que se adquiere con las acciones personales a lo largo de una carrera profesional. En cuanto a disciplina recuerda un poco a épocas pretéritas con látigos y castigos corporales incluidos, o bien esta disciplina se consigue con una motivación adecuada, en la que el aprendizaje sea visto como relevante y pertinente a la vida cotidiana del alumnado y no lo contrario. En la que el trabajo del profesorado no se vea distraído por labores policiales, administrativas o burocráticas. En lo referente al mérito, hay quien lo ve como éxito en las materias académicas habituales y hay quienes lo vemos como éxito en adquirir otras cosas.

¿Pero qué son esas otras cosas? Hay corrientes que hablan de que hay que valorar (no tanto evaluar) los conocimientos, competencias, valores y actitudes con las que afrontar el futuro. Puede que el mérito radique en descubrir cuáles son las actitudes, valores, etc. que a cada cual más convienen sin desdeñar que hay vida más allá de los conocimientos académicos, pues también cuentan la creatividad y la emotividad, valores que no cotizan al alza últimamente.

Nada de esto es insignificante: es gran tarea despertar el ansia por adquirir diferentes saberes. Y como dice Antonio, hay que hacerlo compartiendo mocos, babas y bocatas de Nocilla.