El inabordable cambio social

Que dice el británico Mark Priestley que la solución más fácil que se ha venido encontrando para resolver el problema que suponemos las personas discriminadas por nuestra diversidad funcional ha sido compensarnos por nuestras limitaciones funcionales desarrollando papeles sociales poco valorados tales como el empleo especial o los cuidados residenciales, y no lo dice hoy ni ayer, lo escribió hace casi una veintena de años, pero lo que haya afirmado un guiri nos trae más o menos al pairo. Total, tampoco hay que considerar negativo que durante muchos años se haya pensado en lo que nos concierne como un problema y no como un reto a superar, porque nosotros somos una realidad que no va a desaparecer nos pongamos como nos pongamos.
Con razón y a pesar de lo que haya podido expresar esta persona y otras que, para más inri, éramos de la península ibérica (con lo que nuestra credibilidad se reducía a su mínima expresión), en su momento se convenció a la mayoría de la población de que pasar los días en un centro residencial venía a ser lo mejor para los que necesitamos apoyos para hacer muchas muchísimas tareas diarias. Esto, según pensarían entonces, ya suponía un paso adelante con respecto a despeñarnos por un precipicio. El trabajo de propaganda fue efectivo en un altísimo porcentaje y generó pingües beneficios. Los que abogaban por otras soluciones (que las hay, y mejores) se dieron un batacazo morrocotudo. Yo no estaba allí pero intuyo que el principal argumento era que lo mejor es lo mejor y punto.

precipicio
precipicio

La opción alternativa a ver transcurrir la vida a través de los ventanales monótonos y grisáceos de una institución era y sigue siendo pasar a depender de una persona cercana para llegar lo más tarde posible a la tumba. Realmente, las dos alternativas existentes eran de lo más atractivo. Si yo fuera un demagogo de esos que se hacen pasar por personas cultas y leídas diría que esas no son verdaderas alternativas. Mientras que admito que me llamen demagogo, de ningún modo soy culto ni presumo de leído. Todo el mundo sabe que estos modos de vida por así llamarla son los que existen y han existido desde siempre, así que no te quejes o te zumbo.
Sin embargo, ocurre que esos supuestos demagogos insistieron en negar la aparente evidente evidencia. De un modo cacofónico y poco organizado consiguieron, en la teoría y en la práctica, con subvenciones pequeñitas y desarrollando minúsculos programas, demostrar unánimemente la superioridad económica, moral, ética, política, artística, participativa, social, liberadora, médica, cinematográfica, deportiva, tragicómica, ecológica, campera, rupestre, naval y sobretodo subacuática, de la asistencia personal y otros recursos de vida independiente, sobre las escuálidas realidades facilonas existentes promovidas desde el poder opresor y aplaudidas por doquier.
Lo que afirman estos humildes personajes, cuyas ideas se han incorporado a tratados y normativa de importantes entidades como la ONU y la Unión Europea (otros guiris de “poca monta”), es que hay otras opciones de vida independiente incluidos en la comunidad que se oponen diametralmente a habitar en los centros institucionales usuales de todo tipo. Además de esta gente de aparente relumbrón, lógicamente, se encuentran los individuos que pertenecen al Movimiento de Vida Independiente internacional, representado en España por FEVI (Federación de Vida Independiente) e introducido en España de modo más o menos estridente por el Foro de vida independiente y divertad (FVID). Lo malo es que sabiendo que esas opciones de libertad existen no se les ofrecen a la población. Al común de los mortales se le sigue negando la posibilidad de escoger el tipo de vida que quiere desempeñar: por abundar en mi egocentrismo clásico reconozco que soy un común de los mortales.
Hay un problema que compartimos todos. La cuestión es que existe una realidad que vivimos, un deseo que anhelamos, y unas leyes y obligaciones que se tienen que cumplir (en particular por parte de nuestras autoridades). No voy a negar que la realidad que sobrellevamos, siendo nefasta, podía ser peor sobretodo si viviéramos en un país en vías de desarrollo o en estado de guerra. Tampoco voy a negar que no se puede desear ni solicitar algo que no se conoce, por lo que el conformismo entre las personas con diversidad funcional resulta evidente e innegable para las autoridades que, todo sea dicho, nos mantienen en la ignorancia. En cambio, las leyes, obligaciones, normas y compromisos están ahí para algo más que para echarles tierra encima. Vale que en general, por esto o aquello, no se cumplan muchas de ellas. El problema es que en este caso a muchas personas nos va la vida en que los compromisos y los tratados internacionales de derechos humanos, como la Convención Internacional de Derechos de las Personas con Discapacidad se cumplan a rajatabla, en particular la parte del artículo 19 que habla sobre la asistencia personal.
Sin embargo, a este deseo se contrapone con férrea dureza el interés de muchos organismos públicos y entes privados de muy vivos colores por no corregir la exasperante realidad. Lo cierto es que, si estuviéramos rememorando un crimen al estilo del asesinato en el Orient Express, se podría afirmar con Hércules Poirot que todos los viajeros están implicados (en este caso) en mantener la situación tal y como está.

Tren  serpenteando
Tren serpenteando

En parte sobreviven a base de ayudas, y complicidades a los centros institucionales, numerosas asociaciones del propio sector de la discapacidad, ayuntamientos y comunidades autónomas de todo color, pelaje y tinte, y no queda al margen de este negocio la administración general del Estado (el Gobierno Central por decirlo en cristiano).
Si yo tuviera voz suficiente como para que se me oyera en las Cortes Generales sabiendo que no se me iba a torear, formularía la pregunta de qué plazos tiene previsto el Gobierno Central para sustituir los centros residenciales que tiene y posee por soluciones de vida independiente como el establecimiento de una asistencia personal suficientemente decente. Pero resulta que en su momento no me presenté a las elecciones generales, y tampoco entra dentro de mis planes hacerlo, principalmente porque no me votaría ni yo.

Cordero en un prado junto a una verja
Cordero en un prado junto a una verja

Para finalizar, se hace necesario aclarar que tampoco me considero una autoridad en la materia de los centros institucionales promovidos por todo tipo de autoridad pese a haber sido “huésped” de una residencia durante poco más de un año.