Hay que tener mucha cautela y una sabiduría que nadie, o sólo algún elegido disperso, posee a la hora de definir la normalidad. Lo cierto es que lo que ayer se veía como algo normal ha dejado hoy de considerarse como tal. Los usos, costumbres y tradiciones no son algo estático sino dinámico. Respecto a la belleza y la fertilidad, a ojos contemporáneos nos resulta difícil contemplar y admitir que la Venus de Willendorf implicara que la mujer de hace 28 mil años fuera hermosa si se asemejaba a ella. Soy consciente de que yo también la observo muchos años después y no es que me atraiga precisamente, pero cabe la posibilidad de que los gustos en el paleolítico se inclinaran más hacia estilos con sobrepeso como el que nos ocupa antes que hacia los atractivos cercanos a la anorexia y la pederastia actuales. No hay más que ver la publicidad de los perfumes femeninos, con unas imágenes distorsionadas de una realidad normal que no existe más que en algunas mentes enfermizas.
Por otro lado, es necesario sentarnos a la misma mesa si deseamos llegar a algún entendimiento. La mesa, preferentemente la de la cocina, no tiene como función principal la de dos jóvenes haciendo salvajemente el amor. Pero el acto ocurre a ciertas edades, cuando las hormonas están a punto de estallar y en ciertas situaciones y momentos. Espero que a nadie mayor de 65 años se le ocurra hacer tales malabarismos a riesgo de lastimarse gravemente. Las costumbres de las personas adolescentes no son iguales a las de las personas ancianas, en lo referente al sexo y a multitud de otros aspectos de la vida, incluyendo su funcionamiento (por generalizar, diremos que los ritmos de actuación son diferentes, la agudeza visual, la intensidad auditiva, la memoria, la coordinación de los movimientos corporales, el entendimiento, etcétera).
De este modo, la esfinge le propuso a Edipo, antes de ser Rey (él, se entiende), un acertijo referente al ser humano que venía a decir que era el animal que al amanecer anda a cuatro patas, al medio día a dos y al caer la noche a tres, por supuesto olvidó que, además de gatear, caminar, y utilizar un bastón, también puede ir en silla de ruedas en cualquier momento de su trayectoria vital, pero eso no viene mucho a cuento.
Algo que sí viene a cuento y que en tiempos recientes hemos asimilado con una naturalidad pasmosa, en ocasiones, es la casi divinización de la ciencia. Y eso que a lo largo del tiempo parece empeñada en mostrarse en parte errónea, en parte útil, y en parte insuficiente (no ofrece todas las respuestas que se le demandan) y miope (no siempre las contestaciones son las adecuadas). No obstante, cualquier producto tiene que estar “testado” por un laboratorio “eficaz” antes de poderlo adquirir con tranquilidad, y cualquier innovación tiene que venir avalada por un estudio de una universidad (preferentemente norteamericana). Según una universidad, esta vez alemana, si masticas la comida muchas veces, tienes menos posibilidades de contraer la enfermedad del Alzheimer. Sin embargo, en este aparente afán por demostrar lo indemostrable, determinadas agrupaciones de seres humanos han apuntado la ciencia a características físicas, funcionales y mentales de mujeres y personas de raza negra (fundamentalmente) para negarles derechos. A sus manipuladores, sólo les habría faltado realizar algún estudio sesudo acerca de la malevolencia de los europeos del este en general, de los migrantes rumanos en particular. Esto explicaría muchas cosas, como la ridiculez de tales investigaciones.
La ciencia tiene lo que los ríos griegos: según Heráclito, la misma persona nunca se podrá bañar dos veces en el mismo río, tanto porque el agua no para de fluir transformándose materialmente a cada instante si bien el cauce tiende a mantenerse estable, como porque el bañista también ha cambiado en el periodo de tiempo que va desde un chapuzón al siguiente. Creo que en Grecia se decía algo parecido a “panta rei”, es decir: todo fluye. Pero puedo equivocarme, como lo hacen otros.
De hecho acabo de afirmar que todo fluye pero para algunos eso no ha sido siempre así: cabe hacerse la pregunta de si lo que dictamina la señora ciencia es invariablemente constante y correcto. Es innegable que durante siglos, para los estudiosos del universo, éste era geocéntrico e inmutable, pero ahí tenemos a Galileo Galilei, que casi se quema jugando con un paquete de cerillas astrofísicas, o a Newton el de las manzanas, para quien el universo era rectilíneo y finito, pero después de varios siglos vino Einstein, el que nos saca la lengua desde una camiseta, para afirmar que de indeformable y rectilíneo nada de nada, y luego Hubble, y después Hawking, y más adelante vendrá alguien que siga diciendo que “panta rei”.
Con demasiada frecuencia, los pobladores de este mundo parecemos sordos ante la realidad de que todo va cambiando conforme se descubren nuevos aspectos que nos atañen. Las ciencias antes exactas ya no son tan exactas sino que con el paso del tiempo y los nuevos hallazgos se van reformando y reformulando. Negar tal hecho sería como afirmar rotundamente que los burros vuelan y que las sandías van por el monte corriendo. Retornando a mencionar las ciencias probabilísticas o puras, no quiero ni pensar en las ciencias sociales y humanas, ya de por sí más complejas que las anteriores por su necesidad de abstracción.
Del mismo modo que se han utilizado las ciencias supuestamente exactas para demostrar aspectos que quedan fuera de su ámbito; ciencias sociales y humanas, pseudociencias, ramas de la filosofía y formas de arte y publicidad, se han empleado con el fin de justificar barrabasadas de todo tipo y color. El caso ha sido hacernos comulgar con ruedas de molino que nunca se han movido, por medio de todo tipo de razonamientos o imágenes.
Pocas han sido las voces discordantes que se han rebelado contra las injusticias que veían a su alrededor amparadas por una maquinaria atosigante hasta que ha sido parada. Ahí tenemos el caso del pastor protestante Martín Niëmoller, quien se pronunció contra las salvajadas del régimen Nazi en un poema que a veces se atribuye a Bertold Brecht en el que critica la pasividad del pueblo alemán al convertirse en silencioso cómplice de las tropelías opresoras de los que venían por la noche a llevarse a comunistas, socialistas, trabajadores, judíos, sacerdotes católicos, y él.
La exclusiva de pueblo que anula a las personas que considera que se salen de la norma establecida por el poder no es alemana. Si bien hoy día nos incomoda el maltrato recibido por las personas con diversidad funcional, antes fueron injustas las imágenes de actores blancos interpretando papeles estereotípicos y negativos de personajes negros, como en la obra de D.W. Griffith “El nacimiento de una nación”.
Pero ya en el teatro de siglos anteriores, los personajes a representar por mujeres habían sido encarnados por personas del sexo masculino. Es más, en la Grecia clásica la mujer no podía presenciar una obra dramática, tal era su nivel de participación pública. Tampoco es para rasgarse las vestiduras si recordamos la deshumanización de la mujer en pleno siglo XX, bueno, romperse un pequeño trozo de tela no estaría del todo mal. Por añadidura, a mí me tiene en ascuas esta otra cuestión. Cuando en Valladolid puede haber una concejala con síndrome de Down que se llama Ángela Bachiller, pero al mismo tiempo se les impide ejercer su derecho al voto a unas cien mil personas por similares crímenes contra la humanidad (tener diversidad funcional cognitiva), me repito constantemente si la sociedad en la que vivo no estará en coma irreversible inducido por sí misma.
Podría mencionar más ejemplos en los que clases oprimidas por el poder han sido subyugadas por él. Eso resultaría sumamente aburrido para el supuesto lector y el supuesto autor de estas letras. Lo importante, en cambio, es que seamos conscientes de que siempre hay una clase dirigente que pretende mantenerse en los salones más hermosos de palacio, utilizando todo tipo de ardides anacrónicos (incluidos usos, tradiciones, costumbres y ciencias), mientras a la multitud se nos permite, como mucho, acceder a las mazmorras de ese casilicio.
Entre todos podemos escoger el tipo de normalidad o realidad en el que queremos vivir. No es mi apetencia aparentar ser una de las Tres Gracias que retrataba Rubens ni uno de los bufones que nos mostraba Velázquez ni Kate Moss en los años 90 del siglo pasado. Lo único cierto e inevitable es que cada uno somos como somos y necesitamos los apoyos que cada uno necesita de acuerdo a sus necesidades. Como acabo de mencionar, nuestro modo de ser es mayormente inevitable, la discriminación que muchos sufrimos por nuestra diversidad funcional es evitable. Sobre ella debemos actuar con contundencia.