Y luego está el asunto ese de los extraterrestres, que me persiguen por las noches y con los que me muero de risa:
Era verano y estaba anocheciendo. Bueno, en verano apenas anochece, en realidad atardece con frecuencia. El caso es que unos marcianos, como era sábado en todo nuestro sistema solar, no tuvieron nada mejor que hacer que acercarse al planeta Tierra a ver cómo andaban por aquí las cosas. Y de todo el planeta tuvieron la gran idea de aproximarse a la Costa del Sol, y curiosamente fueron a parar al Paseo Marítimo de la ciudad de Málaga, donde multitud de gente suele ponerse sus mallas y hacer como que corre, también suele pasear, ir en bicicleta, e intentar practicar cualquier otro tipo de deportes (sin excluir la pesca con transistor a todo volumen).
Observaron la actitud de los terrestres que iban sin motivo aparente de un extremo del paseo al otro, daban media vuelta y continuaban su improductiva tarea y reflexionaron que no era posible que la llamada “vida inteligente” de nuestro territorio se dedicara a realizar tales actividades. La consecuencia de sus estudios les condujo a dejar a su antojo a estos extraños seres y regresar de inmediato a su planeta de origen (el uso aquí de “marciano” se debe entender como una alusión genérica a todo ente extraterrestre).
Y es que vistos desde fuera, con mirada (u otro sentido) más objetiva que no, los seres humanos somos realmente raros y dignos de estudio con lupa. Yo me imagino, aunque no me gusta hacerlo, a un grupo de seres de cualquier otro planeta aterrizando, en lugar de junto a la playa de mi ciudad (no es que sea mía literalmente, sino que se trata de la playa de la ciudad donde vivo) cabe (preposición, no verbo) un centro residencial para personas excluidas de la sociedad por nuestro modo de funcionar. De no ser porque estos lugares existen, me partiría de risa al exclamar: “¡Pardiez, pero mira que son tontos en este planeta!”
Porque mira que a veces actuamos de modo aberrante, es para meternos en un tubo de ensayo, o para conservarnos en formol como a bichos raros. Piensen, si son capaces, que si se desplazan en silla de ruedas lo mejor es apartarnos de las calles. Si tenemos problemas para expresar nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras sensaciones, nuestros sentimientos, el invento es antiguo: se nos recluye en un lugar cuanto más recóndito mejor y santas pascuas.
Sin embargo, como estamos en una época en la que prima la recepción, si percibimos la realidad de forma poco habitual para nuestros congéneres, los marcianos verán que tenemos lista la solución: nos segregarán en una tumba blanqueada con cal. Se darán cuenta de que en nuestro terreno, al que necesita más apoyos se le da una patada en la boca. Por eso los marcianos tienen antenas en vez de orejas, pero eso seguro que lo sabían ustedes.
Después de que los marcianos (o selenitas, que para el caso es lo mismo) hayan visto nuestros mecanismos de apoyo, que excluyen la asistencia personal y condonan nuestro encierro en lugares desasosegantes, cogerán su nave (que la cogerán es puro simbolismo, porque las naves pesan un montón) y regresarán despavoridos a su planeta o satélite de origen. Mientras tanto, yo me pondré mis mejores galas y, ataviado con ellas, saldré al paseo marítimo a hacer un poco de footing.
Autor: César Giménez Sánchez