Flor de dos días

Una persona puede o no padecer autismo, esa no es la cuestión en estos momentos. Lo único que es cierto es que la mayoría de las personas con este trastorno tienen necesidades educativas especiales que deben ser atendidas en un entorno, por unos profesionales, con unos medios y recursos y con un currículum adecuado a sus necesidades y a las del resto del alumnado. Todos funcionamos de un modo diferente al de otros, todos tenemos necesidades en uno o varios momentos de nuestra vida. Nos hemos comprometido a que nuestro sistema educativo sea inclusivo para las personas discapacitadas (autismo, síndrome de Down, parálisis cerebral, espina bífida, hiperactividad, etc.) mediante la firma de un tratado internacional vigente en España desde 2008. En varias ocasiones la ONU, que fue la organización que guió a los diferentes países en la redacción de dicho tratado, nos ha dicho que no lo cumplimos.

Que quede claro que la inclusión educativa requiere poner de acuerdo varios elementos, que quede claro que esta educación se debe cumplir en un entorno inclusivo: el sistema de educación ordinario. No son válidos ni los centros de educación especial, ni las aulas específicas dentro de un colegio ordinario ni la llamada educación combinada por la que los niños van unos días a un centro especial y otros a un centro ordinario. Por último debe quedar claro que la educación inclusiva no se alcanzará a menos que haya un cambio radical (importante) en nuestro sistema educativo. Esta transformación debe afectar tanto a colegios ordinarios como especiales.

Dicho lo anterior, aquel estudiante que tenga autismo (el último caso es el de una niña que acudía a un centro en Dos Hermanas), padece y sufre violencia, maltrato y discriminación. Eso no lo niega nadie con dos dedos de frente. Se olvida demasiado rápido, sí, pero es innegable y no puede ser flor de un día. Es evidente que nosotros, como sociedad, le hemos fallado a esta niña (que no es la única). Está claro que la formación, vocación y educación de las profesoras implicadas en este asunto son bastante deficientes. Pero repito, este último ejemplo no es el único ni siquiera el peor. Simplemente salió a la luz un día y tuvo sus minutos de gloria, aunque al día siguiente nuestra memoria ya se ocupa de otros asuntos aparentemente más importantes: victorias deportivas, pactos entre partidos políticos, romerías varias, fichajes de este o de aquel equipo de fútbol, festivales de cine, o corridas de toros.

Como acabo de expresar, esta muchacha no es el único alumno maltratado por la educación general, que no es un sistema inclusivo porque  presenta demasiadas barreras y obstáculos para el alumnado. La buena noticia es que esta situación se puede remediar. La mala noticia es que cuesta trabajo y estamos acostumbrados a ir a favor de corriente. Además, somos vagos y cerramos los ojos ante una realidad que no nos sonríe. Con todo, son cientos (y no exagero) los padres que sufren por esto, y algunas familias han acudido a alguna asociación para evitar que manden a sus hijos a centros de educación especial (en los que los alumnos son segregados por mucho que las paredes estén pintadas de rosa) porque las reglas son las reglas, los equipos de fútbol tienen once jugadores y la educación inclusiva se debe realizar en centros ordinarios. Tras el aluvión de familias angustiadas que acudieron a la asociación SOLCOM,  esta presentó una queja formal ante el comité de derechos de las personas con discapacidad de la ONU, aquello fue en 2014. La investigación, por tanto, se ha mantenido durante 4 años. Los resultados de aquel examen se pueden ver tanto en la página de SOLCOM  como en la base de datos de la página del alto comisionado para los derechos humanos de las naciones unidas  y no dejan a nuestro país en muy buen lugar, lo que nunca es agradable.

Hace años, un compañero ya fallecido, resumía la situación así: “los recursos (materiales y humanos) deben ir al niño y no al contrario”. Las escasas propuestas surgidas a raíz del informe de la ONU sugieren parches y no soluciones reales. La inclusión en la educación es básica para unos niños y otros, para la vida independiente de los discapacitados,  para que estos y aquellos sean personas de provecho, para que mejore la sociedad y el país porque no podemos permitirnos el lujo de prescindir de esta gente, porque la sociedad se ha construido para proteger al vulnerable y promover su participación plena en la comunidad. A ver si va a tener razón el Papa Francisco cuando dice que vivimos en una sociedad del descarte, en la que todo aquel que no se ajusta al patrón de productividad, belleza y capacidad que se ha diseñado es alejado y desdeñado por ella: niños, ancianos, mujeres, extranjeros, cojos, ciegos, zurdos, musulmanes o pelirrojos. Espero que no sea así, aunque suelo equivocarme.