Incitar a la Violencia

No más violencia [Clic para ampliar la imagen]

Tras ver y analizar un poco los comicios celebrados este fin de semana, se observa claramente el ascenso de los partidos políticos separatistas frente al estancamiento o incluso retroceso de aquellas formaciones que defienden la unidad de España como territorio único y común para todos. Se ha hablado mucho y han corrido ríos de tinta acerca de una historia común que no debe fracturarse.

Afirmar en este momento que uno sigue apostando por la unidad puede sonar redundante a unos y ofensivo a otros. Cierto es que el mundo está en un proceso de globalización imparable, y que desear ahora emprender el camino de la soledad no es del todo comprensible. Pero también es cierto que la historia no se detiene y tiende a transformarse y transformar el destino de los pueblos. Por otro lado, dicha historia debe ser común, no puede ser un espacio en el que quepan a la vez verdugos y víctimas.

Posiblemente haya alguno de los pueblos dominados por el nacionalismo que piense que ha sido víctima de una presuntamente maligna España que, en verdad, no tiene mucho de que presumir en cuanto a convivencia en concordia, altura de miras y armonía con sus habitantes. Lo habitual ha sido hablar, y mucho, de esa coexistencia entre pueblos que conforman España. También ha sido y es habitual hacer oídos sordos a esa parte de la población cuyo nexo común es la diversidad funcional.

En efecto, más que hablar de presuntos verdugos y víctimas entre estos pueblos, la realidad es que quien vive en permanente discriminación por su diversidad funcional tiene en contra a todas las administraciones públicas. En ese sentido, para las Personas con Diversidad Funcional no existe del todo una nación común ni en España, Euskadi, Cataluña, Andalucía o cualquiera de las comunidades autónomas que nos rodean. En realidad no se libra del oprobio nadie, y muchas piedras podrían volar contra quienes se alinean en el bando de los vencedores.

No es normal que la víctima tenga que hacer una reverencia al paso de su verdugo. Y no estoy cayendo en el victimismo, espero, puesto que los números hablan por sí solos: si habitualmente las tasas de desempleo entre las Personas con Diversidad Funcional rondan el 65 por ciento, con la crisis esa cifra ha aumentado hasta el 80 por ciento, igualando el número de estas personas que no terminan la enseñanza universitaria. Añadir que más del 20 por ciento de niños con diversidad funcional son excluidos o segregados de su escuela ordinaria, no resulta pecata minuta. Quizás la palabra víctima no sea la acertada y sea más oportuna la dicotomía entre individuos con derechos e individuos sin ellos.

Recientemente leía que el 40 por ciento de los andaluces vivimos sumidos en la pobreza. Sin embargo, en toda España el 55 por ciento de las Personas con Diversidad Funcional sobrevive por debajo del umbral de la pobreza.

Quizá esta avalancha de cifras produzca en mí una sonrisa amarga cuando escucho hablar de la juventud, los pobres vascos y catalanes cuyo fin es la legítima o ilegítima emancipación de su casa común o no común.

Aparte de la lacra con la que cotidianamente convivimos estos bichos raros, resulta preocupante el déficit de ciudadanía que padecemos. No es menos grave la incitación constante a la violencia. Caer en esa trampa sin salida feliz supondría un mal insuperable tanto para los que viven en el ático como para los que sobrevivimos en las alcantarillas.

El riesgo de que “todo siga igual” no es asumible para nadie. Nunca le he dado un consejo a nadie y hoy no va a cambiar mi posición, pero veo igualmente peligroso sumergirse en una insalvable pasividad y morder el anzuelo de una violencia a la que nos quieren abocar. Después de todo, nos guste o no, navegamos el mismo barco y no deseamos que nos tiren por la borda.

César Giménez Sánchez

Autor: César Giménez Sánchez.