La discriminación en construcción

Cuando yo era más pequeño todavía, y la televisión nutritiva, veía con frecuencia semanal el concurso semanal presentado por Mayra Gómez Kemp y dirigido por Chicho Ibáñez Serrador, Un, dos, tres… responda otra vez. Cuando la presentadora introducía a los diferentes concursantes siempre decía: “Son Pepe y María, amigos y residentes en Madrid”. Esto no significaba que Pepe y María (nombres ficticios) vivieran en una residencia para discapacitados de larga duración en la capital de España. De igual modo, si yo afirmo que soy residente en Málaga sólo estoy indicando que la ciudad donde vivo es la capital de la costa del sol. No quiere esto decir que yo viva institucionalizado en un centro para discapacitados gravemente afectados de mi ciudad de residencia. Por otro lado, este villorrio no es un centro de atención integral para discapacitados (se supone) sino simplemente una ciudad; de provincias, eso sí.

Visto lo visto, opino que es preciso darle su debida importancia al lenguaje minimizando su inevitable ambigüedad y definir claramente el significado de “institucionalización” de una persona discapacitada.

Aquí me van a permitir recurrir a la Observación General Nº5 del comité sobre los derechos de las personas con discapacidad (2017). Ahora que se lleva tanto eso del presunto plagio, igual hasta ni se nota que estoy copiando literalmente lo que dice la ONU al respecto de la institucionalización: “Si bien los entornos institucionalizados pueden variar en tamaño, nombre y organización, tienen ciertos elementos inherentes, como el hecho de compartir de forma obligatoria los asistentes con otras personas y la escasa o nula influencia que se puede ejercer sobre aquellos de quienes se debe aceptar la ayuda; el aislamiento y la segregación respecto de la vida independiente en la comunidad; la falta de control sobre las decisiones cotidianas; la nula posibilidad de elegir con quién se vive; la rigidez de la rutina independientemente de la voluntad y las preferencias de la persona; actividades idénticas en el mismo lugar para un grupo de personas sometidas a una cierta autoridad; un enfoque paternalista de la prestación de los servicios; la supervisión del sistema de vida; y, por lo general, una desproporción en el número de personas con discapacidad que viven en el mismo entorno”, cosas bastante interesantes que a veces dice esa organización internacional llamada ONU a la que en ocasiones menospreciamos (sobre todo cuando no nos conviene atender a sus afirmaciones).

En otro orden de cosas, creo que ya Ortega escribía sobre el lenguaje, diciendo que sirve para expresar nuestras ideas, pero que también sirve para ocultar nuestras ideas o para mentir sobre las mismas. El poder de la palabra es innegable, tanto que San Juan comienza su evangelio con las palabras “Al principio era el verbo, y el verbo estaba con Dios y el verbo era Dios” (Jn 1:1-14). Se puede ser más, menos o nada practicante de cualquier religión; se puede ser más o menos creyente en las doctrinas de José Ortega y Gasset, pero algunos personajes relevantes de nuestra historia le han conferido alguna importancia al lenguaje. No voy a ser yo el que se la quite.

Pero todo (o casi todo) lo anteriormente expresado se encamina (o yo lo intento entroncar con) que no debemos asumir sin la reflexión debida expresiones tales como “persona con discapacidad”, “discapacidad” o “persona con diversidad funcional”. Buscando ayer en el diccionario de la Real Academia la palabra discapacitado, ponía algo referente a que era un calco del inglés “disabled”. Esto me confundió sobremanera, ya no estoy seguro de la diferencia entre un calco y una traducción. En mi opinión, el verdadero calco al castellano sería “deshabilitado”, pero hablar de este colectivo de personas dejaría estupefacto y descolocado al lector (el término se utiliza en informática sobretodo), por lo que, por ahora, me quedo con discapacitado. En ese sentido, ahora que estamos en el siglo XXI la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad describe la situación de la persona con discapacidad como la de alguien que tiene ciertas limitaciones físicas, sensoriales o intelectuales al encontrarse con barreras físicas, mentales, institucionales o de otro tipo que dificultan o imposibilitan la participación de estas personas en su comunidad. Sí, un jaleo bastante importante y difícil de captar. A mi juicio uno de los grandes errores de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad y de la legislación española en relación a nuestro grupo. Se intenta, no sin clamor, mezclar una situación individual con unas limitaciones sociales que nos impiden nuestro pleno desarrollo.

Últimamente utilizo el término “discapacitado” porque la expresión “diversidad funcional” no me parece adecuada por varios motivos. Sencillamente un individuo no es discriminado por su diversidad de sexo, diversidad de edad, diversidad de orientación sexual, diversidad funcional, diversidad de identidad sexual, diversidad de procedencia, diversidad de clase social, o lo que se nos ocurra. El individuo en cuestión puede ser discriminado por su sexo, edad, orientación sexual, funcionamiento, identidad sexual, procedencia o clase social. Otra razón, más importante para mi rechazo a la expresión “diversidad funcional” es que vuelve a centrarse en las limitaciones o condicionantes personales olvidando la dimensión social del problema.

Aceptando que una persona pueda ser segregada, maltratada, discriminada por su funcionamiento, y asumiendo que se retorna a la dimensión individual de lo que es un problema eminentemente social, habría que discernir los funcionamientos por los que somos discriminados. No tengo el asunto muy estudiado, pero creo que las dificultades humanas en cuanto a nuestra movilidad y coordinación, comunicación, y percepción de la realidad que nos rodea podrían dar el pego bastante bien. De nuevo repito que aquí se obvia la dimensión social del problema. No se debe olvidar que hay unas circunstancias personales que causan nuestras dificultades y un agente que nos impide realizar diversas acciones.

Pero volviendo al tema de que somos personas discapacitadas, no invento nada nuevo. Simplemente recojo el modo en que los británicos se refieren a nosotros. Añaden ellos que una persona es discapacitada por su entorno, como vengo diciendo, pero esto no niega que tengamos unas limitaciones extra (llámense enfermedad, secuelas, lesión, trastorno, síndrome o como ustedes deseen).  Aclaran que no se puede meter en el mismo saco los conceptos de “discapacitado” y “persona con limitaciones”. Mi opinión a este respecto es que seguimos siendo sujetos pacientes de lo que nos rodea siempre que tengamos en mente quién es el sujeto activo (el pasivo somos nosotros) que nos oprime mediante leyes, prácticas y/o costumbres. Así la palabra “discapacitado” engloba el plano sociopolítico sin negar ni mezclar el individual.

De cualquier modo, yo también he usado el lenguaje sin reflexionar lo suficiente y  a veces hago uso de determinadas etiquetas con demasiada alegría y ligereza. Tengo la certeza de que son esas barreras hostiles las que impiden nuestra participación correspondiente en la sociedad. Creo que una vez hayamos matado ese perro se habrá acabado con muchas de las pulgas que nos asolan.

Pero voy a lo que voy, que las personas discapacitadas más vulnerables son las que tienen mayores problemas de comunicación y percepción del mundo que les rodea. Son las más susceptibles de caer en la trampa de la institucionalización, las más propensas a sufrir violencia verbal, médica, física o psicológica; las que padecen mayor frustración por la falta de entendimiento de su interlocutor o por su propia idea del entorno. Por cierto, hay una serie de sesudos expertos prestos a institucionalizar a estas personas bajo el pretexto de que tienen un comportamiento conflictivo, disruptivo y agresivo. No les ayudemos.

Nuestra sociedad y otras tienen tan interiorizado y asumido que determinadas personas están mejor en centros residenciales especializados que parecen tan secuestradas psicológicamente  como lo parecía Patricia Aguilar cuando se encontraba en Perú  y decía no necesitar ser rescatada. Ella nos ha aclarado su punto de vista, sus impresiones, cuando ha viajado de nuevo a su país natal y se siente libre de su perseguidor. También nosotros podemos cambiar nuestra actitud y fomentar la vida independiente, digo yo.