Es tan absurdo que cuesta trabajo creerlo. Y es que algunas personas nos tienen que dar permiso hasta para realizar tareas básicas por las que el resto de la población no tiene que rendir cuentas. Algunas veces he dicho que dar las gracias era gratis y por tanto había que ser generoso en darlas. Incluso respirar resulta realmente barato, pero supongo que por poco tiempo, al menos para nosotros.
Las personas discriminadas por nuestro funcionamiento no sólo tenemos que pedir permiso para llevar una vida lo más independiente posible. Parece que hasta para lo más cotidiano tenemos que desplazarnos largas distancias, tasar la actividad, negociar su viabilidad, estudiar su rentabilidad y productividad positiva para la sociedad, y en el caso de que todo fluya a nuestro favor, mostrar nuestro agradecimiento de una forma desmedida por poder ejercer nuestro derecho a la vida independiente. ¿Que vivimos siempre bajo el yugo de la permanente presunción de culpabilidad? Pues claro, no habrá nadie tan zopenco como para pensar lo contrario.
Ejercer ese derecho a la vida independiente no implica participar en grandes gestas cada dos minutos, ni subir las montañas más altas del mundo, ni formar parte del concurso televisivo más estrambótico que se pueda uno imaginar. No, llevar a cabo una vida independiente es algo mucho más sencillo. Incluye actividades tan aparentemente estrafalarias como levantarse de la cama, asearse, ir a un buen restaurante, acudir al cine sin problema, etc. Como pueden ver si así lo desean, si hay alguna posible heroicidad, ésta consiste en conseguir situarse en el mismo punto de salida que el resto, nada más. La vida independiente reposa sobre tres pilares inseparables como mínimo: las consabidas asistencia personal, eliminación de barreras y educación inclusiva.
Se habla con demasiada frecuencia de actos de heroicidad cotidiana refiriéndose a eventos como coger el autobús, entrar en la bañera, ir a un museo si es que así apetece. De lo contrario y para nuestra desgracia y oprobio todavía podemos afirmar que vivimos en una etapa en la que la base de la pirámide poblacional la copamos una serie de parias de lo cotidiano cada día más numerosa.
Yo no considero heroico ir a la escuela ordinaria con los apoyos necesarios, pero hay quien piensa lo contrario y no voy a cambiar la mentalidad de esa persona por mucho que se lo diga. Lo que considero cercano a lo “heroico”, visto lo visto, es lograr que dichos apoyos lleguen al aula, la accesibilidad del centro, la formación adecuada del profesorado, las posibles alianzas que vinculan a todo el entramado educativo: maestros, familias, autoridades, alumnos.
Si se extiende la heroicidad escolar de la que hablo a toda la vida de un individuo (con la asistencia personal y la existencia de un entorno amable) podremos hablar de que hemos conseguido una sociedad un poco más justa e inclusiva. Entre tanto, seguiremos mareando la perdiz durante mucho tiempo. Existe, por lo tanto, una inmensa labor que falta por realizar de visibilización de los problemas, sensibilización de la sociedad en su conjunto, y concienciación de la clase política de que no existe ninguna oposición entre “nosotros” y “ellos”.