El otro día salí a escuchar una conferencia en la Universidad de Málaga, caprichos que tenemos las personas con movilidad reducida. Pude hacer esto gracias al concurso de mi asistente personal, en caso contrario me vería obligado a permanecer en casita o a ir a tales sitios con papa y mama, que yo creo que ya han cumplido.
Además acudí allí porque dispongo de una silla de ruedas para tales efectos, y existen calles, altavoces y esos apoyos. También fui a la universidad porque me lo permite tener el suficiente dinero para costearme el billete de metro; el mío y el de mi asistente, esto es. A pesar de que el pleno del ayuntamiento aprobó hace un par de años que el acompañante de un viajero con movilidad reducida iba a viajar gratis total en el plazo de tres meses, parece que en los plenos del ayuntamiento se aprueban numerosas órdenes que luego no se llevan a cabo. Lo mismo sucede con lo aprobado en el pleno del Parlamento de mi comunidad autónoma, Andalucía, lo cual da que pensar sobre la utilidad de estos sagrados entes. Por suerte, mis pensamientos no llegan muy lejos. En palabras de un concejal del ayuntamiento: “Nosotros no tenemos una máquina de hacer dinero”. Guay, es para estar requetecontento.
La charla en la Universidad fue bien, gracias. Aunque no tan bien como la última que yo di y desde la cual no me han vuelto a llamar a disertar sobre ningún tema con chicha. Sus razones tendrán los organizadores. Mi antigua charla-conferencia-clase magistral consistió en lo siguiente (y esto no es un resumen, sino que poco más se puede expresar en menos palabras): “Lo que se aprende con el moco, se olvida poco”.
El auditorio, que componían niños de 4º de primaria enseguida se quedó meditativo, absorto y con la copla, pero los muy pícaros me avasallaron a base de bien con sus preguntas, que algunos calificarían de impertinentes pero yo no, porque opino que sólo los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. En realidad su inocencia me resultó tan tierna que no los arrojé por la ventana (también es verdad que no puedo levantar ni una pluma y que estábamos en una planta baja, o sea que cualquier intento por mi parte hubiera fracasado estrepitosamente). Si de un borracho se hubiera tratado, seguramente habría llamado a mis colegas de la camorra napolitana, o yo mismo habríamos sacado fuerzas de flaqueza para que alguien diera palmas con las orejas. Sin embargo, es más razonable pensar que no rechistaron ante mis cosas y se fueron por los cerros del castillo (Almería) por no haber entendido tan profunda reflexión, llena de matices, luces, sombras, semáforos, farolas estropeadas y demás. De tal modo que sus ingenuas preguntas se dirigieron a conocer los motivos por los que yo voy siempre en silla de ruedas, cómo me las apaño para ir al aseo, y tal. Pero lo más probable es que, debido a mis problemas evidentes de comunicación oral, no me entendieron a mí.
Años después, pienso que a pesar de mi concienzuda preparación para aquel evento, los nenes no se percataron de que, entre otras muchas cosas, me estaba refiriendo a la necesaria intervención temprana. Por ello se me antoja tan importante que apoyos como la asistencia personal necesaria sea disponible para que nuestros infantes (los que la necesiten para desenvolverse en la vida) puedan desarrollarse al máximo, del mismo modo que la escuela (otro apoyo) debe ofrecérseles tan pronto como la necesiten, igual que los médicos y la medicina que precisen.
En ningún caso es admisible que a un niño le receten, prescriban o administren una dosis de insecticida si tiene un simple dolor de cabeza o apendicitis. Aunque si el jovenzuelo tiene seis patas, es otro cantar porque el parecido del menudo menudo con el bicho puede llegar a ser apabullante. Por mucho que lo diga el doctor o los doctores (cuestión harto dudosa, como dudoso es el que un médico sea doctor) el mocoso o no mocoso necesitará la medicina adecuada a su dolencia. Por todo lo anterior, me sorprende el escaso número de menores con asistencia personal, pero la cifra exacta no la tengo a mano porque he perdido por ahí la lupa de detective.