“La primera competencia de un profesor debe ser su capacidad de trabajar con la diversidad”

Doctor Gerardo Echeita, Universidad Autónoma de Madrid

Doctor Gerardo Echeita, Universidad Autónoma de Madrid [Clic para ampliar la imagen]

El doctor en psicología y profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid, Gerardo Echeita, estuvo de visita en nuestra Universidad para ser parte del equipo asesor del Proyecto Fondef VRI “Puesta en marcha del Modelo de Evaluación y Asesoría Inclusiva” y hacer clases en el Magíster de Educación Inclusiva como profesor invitado, entre otras actividades.
Durante su estadía, abordó una entrevista en la que se refirió a la función de las escuelas, los docentes, el Estado y la sociedad en general para avanzar hacia una educación de calidad para todos.

– ¿Qué debe hacer una escuela para desarrollar políticas inclusivas que orienten su rol formador?
“La escuela tiene un valor añadido fundamental, no es un agregado de profesores, debe ser o debe aspirar a construir una comunidad. La importancia radica en aunar manos, esfuerzos, miradas y apoyos en lo emocional, en lo real, lo concreto, lo técnico en esa tarea tan difícil que es educar a un conjunto muy amplio de niños, en un espacio común y en una actividad que se significativa para ellos.
En ese marco, el espacio de articulación es la escuela, como institución y, por lo tanto, tiene un papel fundamental para crear la visión y el compromiso compartidos. La escuela genera y construye las oportunidades de aprendizaje para todos sus alumnos. En esa comunidad hay un papel crítico de los equipos directivos, de los liderazgos. En una metáfora, el profesor es el director de una pequeña orquesta en el espacio que le corresponde, el aula; una escuela es una orquesta de orquestas y, por lo tanto, tiene que hacer un gran esfuerzo para que haya armonía, coherencia y convergencia de acciones educativas.
– ¿Qué rol cumplen los docentes en el proceso de avanzar hacia escuelas realmente inclusivas?
“El sistema educativo es como el mecanismo de un reloj, donde la pieza más pequeñita juega un papel y sin ella, seguramente, todo el proceso se paraliza. La educación transcurre en el aula, en un centro escolar y, por lo tanto, el papel de los docentes es crítico y ahí es donde hay que llegar. El resto de las acciones y las interacciones tienen que contribuir a ese trabajo educativo de aula y de centro, para que éste sea coherente con los valores y principios que están implicados. De ahí la importancia en como formamos a los profesores, la formación inicial, el papel importantísimo que tienen las universidades, la altísima responsabilidad que tienen esas instituciones para que los futuros profesores salgan con las competencias adecuadas para trabajar con la diversidad”.
– ¿Cuáles son esas competencias?
La primera competencia es que al salir de una universidad, el docente debe estar capacitado para ser profesor de todos los alumnos, para trabajar con la diversidad. Hasta ahora existen los profesores para los estudiantes más o menos normales y luego otros capacitados para enseñar a estudiantes más o menos especiales. Esa línea de pensamiento hay que quebrarla totalmente. Los profesores tienen que salir de la universidad diciendo: “yo soy profesor de todos mis alumnos”, reconociendo, respetando, valorando y apreciando la diversidad y pensando la programación y el trabajo profesional desde esa premisa.
La segunda competencia tiene que ver con que esa tarea es muy difícil y no la puede cometer una sola persona. Es una tarea que requiere de muchas manos. El profesor debe ser alguien capaz de articular alrededor suyo la acción educativa de otras personas, colaborando con la familia, los apoderados, la directiva, con todo el personal especializado como los psicopedagogos, personal con conocimientos específicos del lenguaje, psicólogos, etcétera.
El profesor, en la analogía, sería el director que articula, el que orquesta una acción educativa muy compleja, muy interdependiente para conseguir que todos los alumnos aprendan al máximo de sus posibilidades, en un contexto de participación, bienestar emocional y social, compartiendo el mayor número de experiencias, espacios y oportunidades educativas.
Por último, me atrevería a decir que una tercera competencia es la reflexión continua de perfeccionamiento, de poner siempre en cuestión las practicas de análisis, para valorar hasta qué punto lo que deseamos se traduce medianamente en la práctica”.
– De acuerdo a su experiencia de colaboración en nuestro país en diversos proyectos de inclusión en esta universidad y otras instituciones ¿qué diagnóstico podría aventurar respecto del estado de la educación inclusiva en Chile?
“Siempre es osado e injusto hacer valoraciones generales cuando uno tiene un conocimiento parcial. En Chile, se avanza y aprecio, a lo largo de estos años, que la sociedad chilena intenta implementar mejores niveles educativos para todos. Es un aspecto positivo que hay que reconocer y al mismo tiempo hay que ser cauto con ello, para no ser complaciente. No es un avance en línea recta, es más bien con muchos zigzags, a veces con retrocesos y con muchas contradicciones. Por un lado veo políticas que hablan de inclusión, equidad y calidad para todos y luego, otras que orientan y refuerzan planteamientos muy segregadores, excluyentes y de excelencia sólo para algunos pocos. Eso es muy preocupante.
Observo también que hay un modelo chileno con un cierto debilitamiento de las políticas públicas en el ámbito educacional, de no entender la educación como una tarea pública fundamental del Estado. Tarea que no se puede delegar al sector privado. La Inclusión tiene que ser un compromiso público, porque responde a un valor que no es necesariamente favorable a las necesidades del mercado”.
– Muchas veces, lo que se hace desde las universidades en la formación de los profesores se contrapone con lo que sugiere el Ministerio de Educación ¿Qué puede hacer la educación superior respecto a eso
“Las universidades cumplen una función de ir por delante y tener autonomía. Esto no está constreñido con las visiones a veces estrechas y cortoplacistas de las políticas oficiales y ministeriales. Lamentablemente, ese no es un problema único de la realidad chilena. En el mundo los sistemas educativos parecen alocadamente abocados a evaluar algunas competencias que, siendo importantes, no son las más únicas. Nadie duda de que sea importante el desarrollo de las competencias en matemática, lengua y ciencias de los estudiantes, por supuesto que lo es. El problema es que son las únicas que podemos evaluar de manera masiva y con procedimientos relativamente económicos. Entonces, sobrevaloramos esos resultados y lo que hacemos con ello es no darle la debida atención a otros ámbitos del aprendizaje que son relevantes. Hay que reconocer que a escala mundial muchos sistemas educativos se centran desmesuradamente en esas competencias, entonces el Estado termina dando recursos para que las escuelas mejoren matemática, legua y ciencias, cuando debieran darlo para que mejoren en inclusión o equidad”.
– ¿Cuáles son los principios éticos para avanzar a una educación inclusiva y por qué valores están regidos?
“La educación que proponemos lo que hace es responder a una visión ética de la sociedad. Qué tipo de sociedad queremos, qué tipo de personas individualmente queremos configurar. A una mayoría le gusta pensar que queremos una sociedad que reconozca la diversidad en todas sus manifestaciones, que reconozca la dignidad de todas las personas, sean altas, bajas, gordas, flacas, mujeres, niños más capaces, menos capaces, que se mueven con piernas o en sillas de rueda. La sociedad aspira a ser justa con esas diferencias, preocuparse por aquellos que están en desventaja y que requieren de una acción benefactora y cuidado de los otros.
Me gustaría vivir en esa sociedad, en ese anhelo que compartimos muchas personas. En ese sueño, la educación escolar tiene que estructurarse desde la perspectiva de cómo llegamos a esos valores. Ello se hace compartiendo espacios comunes, escuelas diversas, no selectivas ni diferenciadas por genero o capacidad, para negros o blancos, sino para todos. Una escuela que se articule en la lógica de estar dispuesta a dar más según quién más necesita apoyo y ayuda.
La escuela debe ser un reflejo de la sociedad que queremos. Lo que tenemos que hacer es repensar nuestros valores y ver si coincidimos en esos valores inclusivos, si lo que hacemos es coherente o no y ver qué es lo que debemos cambiar para que sea lo más coherente posible”.

Madrid 02/05/2011. FUENTE: Univesidad Central