La rampa de mi casa es particular

Aviso a navegantes y náufragos a la deriva: Esta historia es muy personal y puede resultar ofensiva. Absténganse las personas frágiles y sensibles.

Hace más de diez años se construyó en mi bloque una rampa que, en principio, iba a ser de mi uso personal. Sobra decir que, desde el primer momento, a mí me pareció una medida injusta a todas luces. Era casi obligatorio el uso compartido con el resto de los vecinos para limpiar mi frágil conciencia. La media de edad de los dueños de las viviendas de la urbanización en la que yo vivía y vivo era por aquel entonces de unos 55 o 60 años. Sin embargo, lo lógico es pensar que, si la rampa aquella se construyó hace más de una década, su edad ahora ronda los 70 años (no la de la escalera, por Dios) en adelante, con la consiguiente reducción de la movilidad de los habitantes del lugar lugareño.

El motivo de la construcción de dicho elemento no era otro que mi nueva situación física. Resultábase que se resultaba que el niño del tercero (yo mismo) se había quedado en silla de ruedas, y para entrar y salir de su domicilio la mejor opción era que hubiera una rampa para evitar que sus familiares y amistades se deslomaran para bajarlo y subirlo a cuestas por la escalera, o bien que el susodicho niño se matara al bajar la rampa suicida que, hasta ese momento, sólo le había costado una rotura de brazo a una vecina que intentó bajar el carro de la compra por ella pensando que le sería de alguna ayuda.

Pero volviendo a la disminución de la agilidad de muchos de los lugareños, resulta sensato pensar y decir que desde el primer día de su instalación, la cómoda rampa dejó de ser de uso exclusivo mío y fue inmediatamente usurpada por convecinos, visitantes, la del brazo roto, y el del supermercado. Había dejado por tanto de ser un elemento privativo del niño. No obstante lo anterior, había personas que la utilizaban con bastante e irracional pudor por aquel entonces.

Por suerte, a día de hoy ya tienen asumido todos que se trata de un bien común para toda la comunidad de vecinos y sus visitantes. Por lo tanto no necesitan darle explicaciones a nadie para hacer uso de la misma. Del mismo modo, a nadie se le ocurriría pedir tales explicaciones por superfluas, impertinentes y vacuas. La clave ha sido, en mi opinión, que han sabido entender que no se trata de un elemento hecho individualmente para el niño del tercero, sino una adecuación o ajuste necesario para mejorar la calidad de vida del común de los afectados.

Así, ese mentecato recato ha dado paso a cierto orgullo por tener una instalación que promueve y facilita el bienestar de todos. Aparte de ayudar a mejorar nuestras posibilidades de movimiento, con los consiguientes beneficios para nuestra salud física, también ha sido útil para incrementar la autoestima de los aborígenes. Con el tiempo, se ha convertido en un bien tanto individual como colectivo. Pese a todo, es difícil cuantificar en términos económicos los supuestos beneficios de este ajuste razonable o, más bien, necesario.

Yo, el niño del tercero, reconozco que soy algo duro de mollera, y tengo que averiguar entonces lo que se entiende por un “ajuste razonable” y si no sería más adecuado hablar de un ajuste necesario. En efecto, alguna definición de ajuste razonable he visto en lo referente a empleo. No he observado ninguna referencia a ellos respecto a la educación, a las viviendas, al transporte, a la salud, al diseño de nuestras calles, a los comercios, etc.

La pregunta que me hago es en qué momento deja un ajuste de ser razonable y pasa a ser necesario. Si alguien me puede ayudar a resolver este tema se lo agradecería.