El pasado 14 de septiembre se celebró en Madrid la VII Marcha por la visibilidad de la diversidad funcional. Como todas las anteriores, nos dejó imágenes imborrables, sensaciones intensas y mensajes contundentes. Este es el disparo de salida para otras marchas en todo el Estado, como la de Andalucía o la que esperamos hacer en Cataluña hacia diciembre. Y sigue el hilo del Freedom Drive a nivel europeo, que allí también nos jugamos la libertad y los derechos.
El inicio de esta acción anual se encuentra en el encierro de 24 horas en el Imserso que un grupo de activistas del Movimiento de vida independiente llevamos a cabo el 13 de septiembre de 2006. Se pretendía cambiar algunos puntos clave de la Ley de (fomento de) la Dependencia para crear herramientas sociales que hicieran posible la vida independiente de las personas con diversidad funcional. Tras una reunión de más de dos horas con el entonces ministro Jesús Caldera, se llegó a un compromiso verbal que recogía buena parte de las demandas. Nada de este acuerdo se trasladó al texto legal. Según el ministro porque los otros grupos políticos no quisieron negociar, y según éstos porque el ministro nunca se lo propuso.
Así pues, a efectos prácticos inmediatos, el encierro en el Imserso se podría considerar un fracaso. Pero, lejos de ello, el proceso de empoderamiento individual y colectivo que experimentamos nos llevó a celebrar cada segundo sábado de septiembre la Marcha por la visibilidad de la diversidad funcional. Desde sus inicios, hay quien vive la Marcha como un acto para reivindicar derechos y hay quien la siente más como afirmación orgullosa de una identidad colectiva. El punto en común que se encontró es la visibilidad; tanto para reivindicar derechos como para afirmar identidades positivas hay que ser visibles.
Lógicamente, el orgullo no proviene de pensarse mejor o con más méritos que cualquier otro, si no de la conciencia de saberse real, expresión intensa de la rica diversidad humana. Sin embargo, es sorprendente y destacable que, en sólo siete años, esta construcción identitaria colectiva haya empezado a encontrar alianzas con otros movimientos políticos que intentan liberar a los cuerpos de la opresión normalizadora (feminismos, transfeminismo, LGBT…) La conexión entre estas luchas tiene un potencial de transformación social, cultural y política que se puede considerar una auténtica revolución de los cuerpos, en el sentido apuntado por Beatriz (Beto) Preciado cuando habla de «revolución somatopolítica»
o por Raquel (Lucas) Platero en conectar los conceptos queer y creep.
En Barcelona, los primeros contactos para tejer esta alianza surgieron en el marco de un taller sobre post- porno y diversidad funcional que fue grabado para formar parte del documental «Yes, we fuck«. En la VII Marcha se empezó a visibilizar el potencial político de los cuerpos en rebelión, pero casi todo está por hacer. Debemos construir espacios y dinámicas para compartir debate político, fiesta, sexo, hermandad… vida. Esta revolución será sexy o no será.