¿Nos convendría quizás salir de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad? Es ésta una pregunta crítica, ya que nuestro país, como tantos otros, no la está cumpliendo en su mayoría. Y es que ni en lo referente a igualdad de oportunidades, no discriminación por diversidad funcional, igualdad ante la justicia, accesibilidad universal, educación, vida independiente con el apoyo de la debida asistencia personal, vivienda, empleo y un largo etcétera se cumple, ni siquiera hay atisbo alguno de que algunos empecemos a vivir como ciudadanos de pleno derecho.
Dicho lo anterior, con todo lo negativo que pueda sonar y que suena, a mí de pequeño me enseñaron que correr era de cobardes y que los compromisos están para cumplirlos; no es una opción escapar. Por cierto, eso de cumplir con los compromisos adquiridos lo hemos llevado como una dolorosa cruz y a rajatabla en la actualidad y en referencia a la necesidad de no salir de la zona euro. Más “por ciertos”: por cruel que parezca ahora, aunque sólo sea por el hecho de que ha evitado cualquier guerra en suelo europeo (de ahí lo traumático que nos resultó lo acaecido en la antigua Yugoslavia), ya merece la pena la existencia de la Unión Europea. Un tercer “por cierto”, bien que se han hartado algunos de repetir la cantinela de que “cumplir con los compromisos adquiridos es obligatorio” como para escaquearse de cumplir lo estipulado en la Convención de los hechos cisco.
Pero parece que hay compromisos de primera división y obligaciones de tercera regional. De tal manera, los compromisos adquiridos para salvaguardar los derechos humanos de las personas oprimidas por su funcionamiento pasan y han pasado inadvertidos. De ese modo, aquello de que un individuo tenga la libertad de elección y el control sobre su propia vida y existencia parece no contar demasiado. Todo lo contrario: si alguien se atreve a levantar la mano y reclamar los derechos que legítimamente le corresponden, se arriesga a recibir todo tipo de insultos y represalias.
Por empezar por algún sitio, y dado el desconocimiento general sobre el asunto, hay que derribar el mito de que la vida independiente equivale a la autosuficiencia. Ya lo dice la Red Europea de Vida Independiente (ENIL). La vida independiente del individuo no tiene motivos para prescindir de apoyos externos. Es más, todos necesitamos en algún momento de nuestra vida esos imprescindibles apoyos externos, o como dicen ahora “de una tercera persona”. Yo me pregunto dónde se habrá quedado la segunda persona. Los apoyos externos pueden ir desde ayudarnos a cambiar de silla hasta darnos un consejo en un momento determinado de nuestra existencia. Con todo, hay personas que no podemos llevar una vida mínimamente digna sin apoyos generalizados de todo tipo para poder vivir incluidos en la sociedad. Pues bien, está profundamente arraigada la idea de que la vida independiente es lo mismo que la vida autosuficiente, por la que te puedes mantener económicamente a ti mismo y a tu familia.
Son indudables los beneficios de tener un puesto de trabajo remunerado y digno, pero hay que dejar claro que no tiene nada que ver el empleo con la vida independiente de las personas. Sin duda, el empleo sirve para multitud de cosas positivas, como aumentar la autoestima de quien lo tenga, contribuir al pago de las pensiones de nuestros mayores, evitar el aumento de la deuda nacional, y un sinfín de bienes. Pero una vez más me veo en la obligación de subrayar que la autosuficiencia no equivale a la independencia.