Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, me dio por escribirles una carta de bienvenida a los parlamentarios andaluces. En esta comunidad autónoma, en aquellos momentos, estábamos sin gobierno. Hacía dos meses ya que se produjeron elecciones y todo pintaba bastante negro. Si hubiera sido poco cortés les habría dicho a sus señorías cuatro cosas, pero me contuve en aquel momento de incertidumbre.
Me arrepentí del tono que emplee cuando recibí la contestación de una miembro de la cámara. Como me dice mi colega, siempre voy “haciendo amigos por ahí”. Lo dice en tono irónico, claro está. La diplomacia entre otras cosas es algo que, o nunca tuve o se me olvidó por el camino o la perdí con el paso del tiempo. ¿Qué le voy a hacer? La señora me contestaba amablemente, dándome la correspondiente palmadita en la espalda y poniéndose a mi disposición para mantener una reunión, y se encuentra a vuelta de correo con las palabras de un tipo bastante huraño que le dice que ponerse a mi disposición lo considero un mero formalismo que no conduce a ningún sitio.
Como casi siempre, las cosas tienen su explicación en cuyos detalles no entraré, pero las palabras ajenas no nos pueden servir de justificación. Lo que me indignó de su carta fue que afirmara haberse reunido ya con algunas asociaciones del sector de la “cascaúra” y que, por lo tanto, conocía las reivindicaciones. Lo cierto es que, aparte de tener encallecida la espalda de las palmaditas, la presunción de esta señora de conocer “las reivindicaciones” de nosotros los que funcionamos de aquella manera, me sacó de quicio, de mis casillas (no de las de Iker), y me hizo responder de malos modos.
Triste sería saber que lo que pedimos los anormales es siempre lo mismo. Yo, que intento tener un poco de empatía, me pongo en el lugar de la mujer. Siendo mujer, me indignaría que cualquier persona me dijera por carta que se había reunido con asociaciones de mujeres y que ya conocía nuestras reivindicaciones, porque unas pueden tener como prioridad la protección de los fetos, otras la preocupación por la violencia machista, otras la eliminación de la desigualdad laboral, otras la conciliación laboral y familiar, y así hasta el infinito y más allá.
Aquellos días, y estos, me parecía, y me sigue pareciendo un prejuicio impresentable que una representante política, la que sería y es voz representativa en el parlamento, dijera saber lo que yo le iba a solicitar. Me pareció un discurso tan reduccionista y pretencioso, tan semejante al de una pitonisa cualquiera, que me sentí directamente insultado. Para rematar la jugada, mientras redactaba, pensaba en lo mal que yo y la gente cuyas ideas más o menos comparto nos llevábamos explicando durante años.
Y es que eso de prejuzgar nunca está bien. Lo malo es que el tiempo me ha dado la razón en cuanto a que las actuaciones de su formación política no se corresponden en absoluto con las peticiones que yo le iba a realizar. En este sentido, no soy nada original cuando repito aquello de que “obras son amores y no buenas razones”, o ya en plan bíblico: “por sus obras los conoceréis”.
Puedo entender que la gente de mi gremio le exija con mayor o menor vigor a sus representantes políticos que se dediquen a cumplir la ley. Puedo entender que todos queramos alcanzar, de un modo u otro, la igualdad de oportunidades. Lo que no es en absoluto cierto es que las demandas de unos y otros coincidan en el modo, porque para mí y mis conmilitones es fundamental contar con el apoyo suficiente y digno de la asistencia personal y eso no lo está pidiendo apenas nadie.
Autor: César Giménez Sánchez