Después de finalizar la marcha festiva reivindicativa por los derechos recogidos en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que tuvo lugar en Huelva el sábado día 21 de
septiembre se me quedó un sabor ligeramente agridulce. La verdad es que predominaba lo dulce sobre lo agrio porque también se homenajeó de manera espectacular a un defensor de los derechos humanos como Joaquín Mora.
No obstante queda siempre la amargura de despedirse de un amigo y aparte queda el sinsabor recurrente de no estar seguro de quién o de qué está concienciado de lo que se está demandando en dicha manifestación. Cabe preguntarse si el público concurrente vive sensibilizado con la necesidad vital de muchas personas de utilizar la asistencia personal para poder ejercer una vida independiente de acuerdo con sus posibilidades.
Quede claro que el derecho humano reconocido como tal es el de llevar una vida autónoma e independiente, y un medio absolutamente necesario para algunos para conseguir ese fin es la asistencia personal. Si falla lo segundo no hay lugar a lo primero. Decir que algunos, con necesidad de apoyos externos, no vivimos en libertad no es ninguna exageración. Pero a lo que voy es a preguntarme y a preguntar si en verdad nosotros los plebeyos consideramos que la asistencia personal es necesaria, justa e imprescindible. Porque cada uno de nosotros tiene que creérselo antes de demandar ese apoyo a la autoridad competente.
Por otro lado cuando cada uno esté plenamente convencido de la imperiosa necesidad de contar con ese medio, será cuando la presión llegue de una manera insoportable a quienes ahora tienen el poder de decidir sobre la vida y milagros de la sociedad y cada uno de los individuos que la formamos (incluso quienes nos representan). Y es en ese instante cuando acude a mi cabeza la pregunta a formular: ¿realmente las personas que funcionamos diferente tenemos necesidad de asistencia personal, accesibilidad universal y otros mejunjes, o estamos mejor institucionalizados y apartados de la vida en comunidad? El caso es que no ando muy sobrado de tiempo y nada me disgustaría más que perderlo en solicitar algo que no necesito. Yo creo firmemente que sí, pero hay muchos otros que opinan lo contrario.
Por lo anterior sigo apostando por una vida incluida en la comunidad. Si la apuesta por la asistencia personal es o se convierte en creíble por las autoridades y actúan en consecuencia, viendo que es un medio respetuoso con nuestros derechos humanos, austero y generador de empleos, no alcanzo a entender los motivos por los que no se pone en vigor. Mientras tanto, yo sigo susurrando que sí y los mandamases ahogan mi voz diciendo a voz en grito que no.
Otra pregunta: ¿a quién pretendemos engañar? La idea está ahí, las cifras hablan, los países que aspiramos a imitar se han dejado seducir. ¿Por qué esto no sucede en España? Y más aún, ¿existe alguna razón objetiva que me obligue a mí, que soy políticamente irresponsable, a predicar en lo que se asemeja a un desierto? Lo ideal sería que las personas y partidos responsables en cada caso se pusieran manos a la obra y yo pudiera dedicarme a otras labores. Pero siempre cabe la posibilidad de que yo esté en un error. Por el mismo motivo se me debería comunicar con datos y realidades macroeconómicas, microeconómicas y de derechos.
Sin embargo, quienes ocupan el oasis del desierto en el que yo predico insisten en negar algo que a mí me parece evidente. No hay, porque no existen, datos probatorios de que la vida dependiente sea “mejor” que la independiente. Así, ambas partes seguimos erre que erre con la misma historia en la que ganan por goleada. Ante este panorama hay que imaginar que falta sensibilización. Existen dos clases de ciegos: los que no ven y los que no quieren ver.
No me queda más remedio que concluir que no saben con certeza, o se niegan a dar el paso, lo que es la vida independiente con asistencia personal. Y salvo rarísimas excepciones (que confirman la regla) sólo queda la opción de convertir su no por un sí.