Minándole la moral a los «anormales»

Hoy quería escribir sobre algunas peripecias que me han pasado últimamente y que nos pasan a los «anormales» a menudo, pero me he puesto a mirar que si el facebook, que si el twitter, hacer un par de llamadas telefónicas, luego se me ha ido un rato el santo al cielo y ahora que quiero ponerme ya casi es la hora de que mi asistente personal se vaya. Vaya, vaya. Así que intentaré ir rapidito y al grano.

Hace poco tiempo que me he cambiado de casa y me he venido a otro barrio. Físicamente (no espiritualmente) ahora vivo más cerquita de la sede de la ONCE. Y eso está bastante bien, porque su zona la tienen niquelada. Pero a los pocos días de venir, me llamaron desde ese edificio, porque también alberga una de las incontables e innumerables fundaciones de esta organización (en este caso se trataba de la fundación INSERTA) para contarme la posibilidad de entrar a trabajar en una empresa del sector turismo aquí en Málaga. También me llamaban para pedirme que si les podía acercar el certificado de minusvalía, por cierto, hace años que se llama certificado de discapacidad, pero eso no importa mucho. Lo bueno del caso no es que no me volvieran a llamar una vez que les había llevado el papelote. Lo que realmente me hizo gracia fue que para obtener un empleo no hiciera falta mi currículum vitae sino sólo la documentación relativa a la cantidad de «anormalidad» que tengo. En cualquier caso, todo fue bastante rarito.

Esto me recuerda a cuando hace años me apunté y fui al INEM (SAE aquí en Andalucía), pero de allí me derivaron a los servicios de empleo de una asociación de paralíticos cerebrales. Yo estaba entonces muy verde, ahora sigo estándolo, pero por lo menos sé que eso es un acto de segregación y discriminación en sí mismo, no tiene que ver en esto el hecho de que la parálisis cerebral me sea tan ajena como a cualquier mortal que no tenga parálisis cerebral. Yo tengo, o tuve, un derrame cerebral, que resultó en una serie de rasgos propios (voy en silla de ruedas, soy tuerto, se me entiende con dificultad, babeo a menudo, tengo incontinencia urinaria a veces, etc.) y una serie de rasgos compartidos con otras personas que funcionamos de manera diferente a la habitual, y que se pueden resumir en la discriminación que sufrimos.

Pero ya me estoy yendo por las ramas, y quiero regresar. Esto no es nuevo, pero al llamar por teléfono a alguna persona y debido a mis dificultades con el asunto este de la comunicación oral, me han llegado a dejar con la palabra en la boca, es decir, me han colgado el teléfono hasta 5 veces en un día. Las 4 primeras veces te hace bastante risa. La quinta vez deja de ser tan divertido. Al final del día, telefoneé a la sede de Protección Civil, porque su página web dejaba bastante que desear y por si necesitaban un voluntario para mejorarla, y la chica que me atendió muy amablemente directamente se rió de mí. En fin, que yo creo que batí el record de tropelías telefónicas ese día pero eso también forma parte de la vida alegre de los «anormales».

Como no hay dos sin tres (por decir algo), recuerdo también que en una ocasión pedí una reunión con el Concejal de Derechos Sociales, Francisco Javier Pomares para hablar de no me acuerdo qué asunto pero se me derivó al Concejal de Movilidad, Raúl López. Y es que claro, según me confesaron después, los dos vamos en silla de ruedas y por tanto debemos tener las mismas opiniones, quizá deberíamos tener también los mismos gustos y aficiones, pero no conozco los míos ni siquiera los suyos. Yo creo que eso es bastante insultante tanto para el Concejal de Movilidad como para mí, pero en fin, mi opinión no suele contar, y tengo la impresión de que esta declaración no va a ser ninguna excepción.