Moco de pavo y discriminación

El viernes por la mañana lucía un sol radiante y digno de la capital de la costa del sol. Esta noche no luce ni siquiera la luna; hace un tiempo asqueroso. Pero volviendo al viernes, decidí aventurarme a salir de paseo en mi silla de ruedas al centro de la ciudad, que es bastante céntrico. Así pues, a toda pastilla cogí mis bártulos y, como toda persona que tiene asistencia personal me fui corriendo (es un decir) al casco histórico, que queda a la altura del centro de la ciudad.

No llevaba puesta la armadura, con lo que provocaba un riesgo innecesario para mi salud digno de la mayor reprimenda por parte de la OMS. Y es que en Málaga el pavimento bacheado de las calles casi no es apto para personas en silla de ruedas; por otro lado, la cota cero en los rebajes a pasos de peatones sólo se ha interiorizado y empezado a aplicar con la proliferación desordenada de los carriles bici, y los propios pasos de una acera a la siguiente son como montar en una desagradable montaña rusa.

Para cuando llegué a la plaza de la Constitución, mi desastrada espalda y yo no nos encontrábamos en disposición de aceptar la más mínima broma. Por tanto casi supuso un alivio encontrar un “remanso de paz” en la oficina de información turística que lleva abierta al público la friolera de siete meses. Dicha oficina se encuentra en un espacio elevado varios centímetros a la que se accede por medio de unos escalones que parten del suelo. De este modo, sólo tienen acceso a la misma los turistas que sean capaces de caminar; los que no tenemos esa habilidad nos quedamos fuera. Pero no hay que preocuparse por esta desigualdad puesto que para atender a los seres rodantes que pululamos por las calles se ha habilitado una mesa aparte donde ser atendidos por la empleada correspondiente. Nadie debería preocuparse, ¿o sí?

Quizás yo sea demasiado quisquilloso, o haya visto demasiadas películas, o haya oído demasiadas promesas, o haya leído demasiadas leyes, pero el caso es que a mí me preocupó en su momento y me sigue preocupando ahora. No es únicamente inquietante que los turistas no tengan el adecuado acceso a la información que se supone que ofrece este espacio público (yo soy más de viajar a sitios que de hacer turismo en ellos). Ni siquiera provoca mi intranquilidad que se obstruya mi movilidad ni que se me niegue la posibilidad de luchar por obtener un empleo digno allí porque no puedo entrar al lugar donde desempeñar mi labor (y eso que vivo en la comunidad autónoma con más desempleo de España, pero eso es harina de otro costal).

En ese sentido, conviene recordar que “separado no es igual” no es un simple eslogan barato y fraudulento. Separado, en este caso, implica ser segregado, excluido, marginado, no formar parte del resto de la sociedad. En suma, quiere decir “estar aislado” del resto del mundo que nos rodea: todo ello por obra y gracia de unos escalones incalificables, unos técnicos incompetentes, y unas autoridades que han dado patente (no sé si de corso) o licencia de apertura a semejante esperpento de servicio público.

-Además, hacía una corriente de viento en dicho lugar que ni te cuento, chico. Aquello era criminal para los frioleros y un caladero de resfriados para los no frioleros.

La parte de que “no es igual” se entiende cuando afirmo que la oficina de información era una oficina de verdad: con sus panfletos, su silla, su mostrador, y sus demás zarandajas. Por otro lado, el lugar reservado a los diferentes no disponía de silla, de mostrador, ni de sus correspondientes zarandajas, ni estaba situado en un lugar reservado, con las bocanadas de aire propias de otoño. Es decir, en este caso sucede como en la mayoría: “no es igual” significa “inferior”.

-Pero qué exagerado eres, no sabía yo que tenías esa faceta tan tremendista por unos escalones de nada. Además, estás hecho un gruñón y un impertinente.

Lo realmente indignante e irritante es la normalidad con que se percibe esta desigualdad. Parece que haga falta vivir la discriminación en primera persona para entender que hay quienes no deseamos acoplarnos a esta perra “normalidad”. Y no hace falta vivir en la discriminación ni verla de cerca, sólo hay que entender que el aparente tremendismo supone una violación de varios derechos humanos con nombre y apellidos: es decir, con sus numeritos, apartados, clausulas y todo eso. Derecho a la participación social, derecho a la accesibilidad, derecho al empleo, derecho a la movilidad: a mí me parece que no hablamos de mocos de pavo, pero todo es opinable.

La fotografía de la película Arde Mississippi ilustra la segregación por motivo de raza que se vivía con normalidad en algunos lugares de los Estados Unidos. Muestra el poder de la imagen de unos grifos separados “pero no iguales”. Después vienen desapariciones misteriosas, muertes, investigaciones y otras cosas ficticias y propias de mentes calenturientas.

Blancos-Negros