A estas alturas ya no sé si será el último charco en el que nos han metido. El caso es que alguien ha tenido la feliz idea de soltar a diestro y siniestro la idea de que vamos a tener que pagar una pequeña cantidad de dinero en un comercio por entrar al probador para catar la ropa tanto si vamos a comprarla o si no. Ignoro si el razonamiento es muy profundo (demasiado para mí) o si me he quedado con la mitad de la historia, pero lo cierto es que se ha armado un buen lío ante estas palabras. Tampoco conozco el recorrido que esas frases tendrán ni sus consecuencias para el comercio, la economía doméstica, la economía social, la liga de fútbol o los peces de colores.
El caso es que ahora, en los últimos tiempos se está imponiendo eso del pagar por ver. Baste el ejemplo de las plataformas televisivas. Un jaleo similar se montó cuando se promulgó la ley del divorcio. A pesar de que de la aprobación de esa norma solo tengo una pequeña nebulosa en la cabeza, más claramente veo los casi disturbios que se formaron cuando, poco tiempo después de hacer que los establecimientos de hostelería (sobretodo) hicieran espacios específicos para fumadores y para no fumadores, se decidió que no se podía fumar en los espacios públicos y punto. No se llegó a golpe de estado por poco, ni hubo huelgas generales por un pelo, pero fue la comidilla de las tertulias televisivas durante un rato.
Todo este largo preámbulo me sirve para contar que la última semana del mes que viene tendré un auténtico problema para desplazarme en tren desde Málaga hasta Valencia. El problema lo tendré yo u otras personas que vengan desde otras ciudades. Pero eso no viene mucho a cuento. Lo que sí viene a cuento es que hay un número muy reducido de asientos reservados para personas que nos desplazamos en silla de ruedas. Ahora hablo de memoria, pero creo que hay dos espacios específicos por cada tren para nosotros. Por supuesto, estos lugares no están juntos, ni siquiera en el mismo vagón. Ya sé de otra persona que hace el mismo trayecto. Como a otro individuo se le ocurra visitar la ciudad valenciana en esta fecha, el problema generado será máximo. Alguien se quedará sin efectuar ese trayecto a esa hora.
La cuestión es que las condiciones del viaje no serán las mismas que las del resto de ciudadanos. Esto, que parece una tontería, se llama “discriminación”. Pero tampoco creo que se arme ningún jaleo ni ningún lío. No estaremos cerca de ningún golpe de estado, huelga general, o queja del gremio de la hostelería. Y me pregunto el motivo por el que hemos interiorizado que es normal que las personas en silla de ruedas tengamos unas dificultades añadidas para desplazarnos dentro de nuestro mismo territorio o país, por no hablar ya de otros países.
Repito, aunque el problema es que tenemos unos medios de transporte defectuosos (terrestres, marinos, aéreos, urbanos e interurbanos, públicos y privados), y eso lo veo bastante importante, no se generará ningún debate ante está lamentable situación. En cambio se nos dirá sin un atisbo de perturbación en la cara que los “cojos” deberíamos estar agradecidos por poder desplazarnos (aunque sea a duras penas y en condiciones de desigualdad evidente).
Una vez, si se consigue, salvar este escollo, los “cojos” nos encontraremos con el problema de encontrar un alojamiento medianamente accesible y a precio asequible. Se sabe que los hoteles y demás modos de pernoctación disponen de muy poco espacio que se ajuste a nuestras necesidades (tamaño apropiado, ausencia de bañera y presencia de plato de ducha u otro modo de vaciar el agua, grúa para quien la precise o un lavabo con el espejo a la altura adecuada). Lugares con todas estas comodidades escasean y no son baratos para un gremio empobrecido. Y se supone que todavía debemos estar agradecidos por desplazarnos a una ciudad ajena.
Seguro que a todo lo dicho le falta añadir asuntos como el pago del desplazamiento, la estancia y la manutención de nuestro asistente personal. Pero, total, seguiremos estando muy agradecidos a quien corresponda. O igual no.