Muertes evitables que no se evitan

Pues parece que nos están masacrando de nuevo ante la impasibilidad del común de los mortales. inmersos en el pánico imperante no ven, o no quieren creer lo que ocurre por ser demasiado inaceptable. Estos días comprobamos que los modos de  proceder de la ciudadanía superan con creces la actitud  de sus gobernantes. Por el contrario, nuestras autoridades (que se han visto desbordadas por todos lados, todo hay que decirlo) se comportan y han comportado de modo irresponsable, nefasto y peligroso para gran parte de la población,  discriminando a ciertos grupos por el mero hecho de pertenecer a colectivos hoy más que nunca de la casta de los «intocables», dejando ver el sádico edadismo y nocivo capacitismo de quienes rigen nuestro destino.

O eso dicen quienes lo cuchichean en volumen creciente. Porque vamos allá con historias presuntamente para no dormir: ¿alguien se imagina que a nuestros ancianos y discapacitados les estuvieran negando sistemáticamente  tratamientos médicos básicos y fundamentales para su supervivencia a favor de tratar a otras personas? Eso sería impensable en España en 2020, ¿no? Sería impensable pero supuestamente sucede. A todo esto hay que recordar que la realidad supera con creces la ficción, ¿y no es cierto que una mentira repetida cien veces o mil se convierte automáticamente en una verdad, que hay vidas que tienen más valor que otras? ¿No hay vidas que son fácilmente desechables como pañuelos de usar y tirar, de esos que nos recomiendan utilizar en la actualidad? En razón de esa mentira repetida mil veces, ¿los doctores que tienen que velar por nuestra salud y nuestra seguridad son realmente libres a la hora de tomar determinadas decisiones sobre si A vive o B muere? ¿O por causa de ese embuste la supuesta libertad de elección de médicos y demás sanitarios se ve condicionada, tomando ingenuamente duras decisiones que ya les son inconscientemente impuestas desde aledaños políticos incapaces?

  • Pero ya habrá tiempo. Ahora hay que estar unidos (juntos pero no revueltos estamos).

¿Habrá tiempo cuando mueran centenares de ancianos y personas discriminadas por nuestro funcionamiento? ¿Para qué habrá tiempo, para devolverles la vida? ¿Habrá tiempo para poner cruces en lápidas sin nombre? ¿Será entonces el momento adecuado para interponer demandas inútiles porque el monstruo opresor tiene todos los mecanismos necesarios para defenderse y saldrá indemne de una auténtica sangría? ¿Habrá tiempo para el recuerdo? Porque el olvido ya está comenzando a brotar como si estuviéramos en primavera, que lo estamos. Pienso que mañana no será el tiempo adecuado, porque si algo nos falta es precisamente memoria.

Se lo voy a explicar como a un niño de tres añitos: la característica propia de nuestra civilización es que un grupo de individuos se une formando una “sociedad” que lo primero que hace es proteger la vida y promover la participación de todas las personas, incluyendo las más vulnerables, sea cual sea su condición física o mental, o su edad (ver el artículo de opinión de Elvira Lindo en el País del 15 de marzo). Si esas funciones tan elementales de la sociedad se quiebran, las bases y los cimientos de nuestra cultura se van por el sumidero de las alcantarillas, lo que nadie desea (al menos en este barrio tan bajo).

Quizá ahora tengan ustedes mayor munición para disparar a cualquier pequeño histérico que diga lo que nadie quiere escuchar, pero este no es momento de eludir la responsabilidad antipática de tirar piedras donde no se debe. Callado y como un borrego judío estaría más bonito. Suele pasar, será carencia de balcón.