Nuestra seguridad se parece a una bomba nuclear

¿Qué pasaría si, un lunes por la mañana, te avisaran de que hay un personaje esperándote para informarse sobre la seguridad en caso de emergencia en tu empresa? ¿Y si ese personaje resulta ser un individuo en silla de ruedas que se preocupa por él y por las personas ciegas? Pues, ni más ni menos que eso ha ocurrido esta mañana en la estación de El Perchel del Metro de Málaga.

La historia no empieza ahora ni ayer ni anteayer. Tampoco data de cuando a la tierra le ha dado por bailar la samba (“esta noche hemos tenido festival otra vez”, dijo el personaje mientras su interlocutora no sabía de lo que hablaba), me refiero a que desde hace unos pocos meses dicen que en Málaga se sienten temblores de tierra provocados por seísmos de mayor o menor magnitud. Por ahora yo no he notado ninguno, ni creo que lo aprecie, puesto que en tal caso será muy muy grande y peligroso, y aunque lo note no lo podré contar. Pues bien, recientemente vino uno a incordiar.

Uno se viene preocupando por su seguridad desde que hace años fue a una función en el Teatro Cervantes (al que se entra por un túnel tenebroso, húmedo, estrecho, oscuro, algo así como el túnel de los horrores pero sin escobazos, luego hay que pasar por un ascensor y un pasillo antes de aterrizar en tu asiento; el patio de butacas es inaccesible, a lo que se llega es a los palcos laterales) y le dijeron que en caso de incendio se le chamuscaría el trasero irremediablemente. Después vinieron las risas habituales. Esa velada no hubo incendio por suerte, pero ir a dicho lugar se ha convertido en una pesadilla.

Poco después debió venir la aprobación del Real Decreto 1276/2011 por el que se modificaban, entre otras cuestiones, los protocolos de actuación en los planes básicos de emergencia nuclear (PLABEN). La ñoñería indicaba que si reventaba la ciudad (o cualquier territorio de nuestro país) a causa de algún pepinazo “estos planes deberán prever protocolos de actuación específicos para garantizar la asistencia a las personas con discapacidad”.

Ya los protocolos de actuación ante riesgos contemplados por protección civil indican la obligatoriedad de la existencia de zonas de refugio accesibles, que las hay en caso de incendio en el Metro, de evacuación en sus distintas variantes, y de otros ajustes en caso de necesidad. Según la amable empleada que me atendió en la estación de Metro, la variante de evacuación existente consiste en coger al individuo que no puede caminar a la sillita de la reina, a hombros, a coscoletas, o de cualquier otro modo que deje abandonada la silla de ruedas (no es un ser vivo) y mi dignidad (es discutible que siga viva).

Siempre recuerdo ese Real Decreto de adaptación a la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad con una sonrisa en los labios, con cierta añoranza. Por aquel entonces, ingenuo de mí, pensaba que las cosas no se podían hacer peor, pero como suele decirse “alguien vendrá que bueno te hará”. La cuestión es que, pareciéndome un pobre Real Decreto, importa poco lo que personalmente me pueda parecer porque y así lo creo, si vivimos en un estado de derecho las normas están para cumplirlas.

Lo mejor es que la oficina de atención al cliente estaba vacía, y las personas ciegas tienen que adivinar mediante el tacto dónde se encuentra el botón para que alguna voz remota las atienda, enviando al personal disponible para resolver la duda que surja, que no necesariamente tiene que estar relacionada con la seguridad que tanto parece obsesionarme. La próxima vez que vaya a un chiringuito gritaré: “¡una ración de accesibilidad a la malagueña!”.