Odio exacerbado a la diferencia

Que no hombre, que no. Que nos han hecho creer que “si quieres, puedes” y realmente no es así. Debería más bien decirse: “si quieres, puedes intentarlo que a lo mejor te sale bien o a lo peor te sale mal, pero si permaneces quieto no te va salir nada”. Lo que pasa es que el eslogan que nos han endilgado tiene sólo tres palabras, mientras que lo otro es más complicado, nos da tiempo a distraernos, y desanima al más pintado. Por cierto, hay un chiste muy chauvinista que dice que los argentinos se preguntan por qué decir alguna idea en tres palabras cuando se puede expresar en 25. Ya sé que no tiene ni pizca de gracia, pero había que estar allí.

Por tanto, así se puede rebatir fácilmente el simplista argumento a favor de emplear “persona con discapacidad” frente a expresiones tales como “personas discriminadas por nuestro funcionamiento o aspecto”, “gente segregada por su modo de funcionar”, etc. Puestos a economizar palabras y a ahorrar saliva, podría valer “discapacitado, lisiado, tullido, retrasado, minusválido, subnormal” o algo por el estilo y realmente insultante, que resultará breve, conciso y cómodo de pronunciar. Y ello pese a que todas estas palabras son cada vez más peyorativas hacia un determinado colectivo (no un autobús, sino la otra clase de colectivo).

En ocasiones he caído en la tentación de escribir el término “anormal”, y no me arrepiento de ello. En un principio, sin duda parece despectivo, pero al mismo tiempo resulta provocador. A falta de tener piernas largas, atractivas y vistosas, se provoca con lo que se puede. Pero ya en serio: resulta que hay un canon o un patrón de belleza y funcionamiento establecido por yo no sé quién que se acepta como lo normal. Para mí, sería un insulto grave que me llamaran “normal”. ¡Oye tú! Eres una persona normal. Nadie quiere ser del montón, uno más de tantos. Todo el mundo quiere ser siquiera un poquito especial, aunque eso parece que es cosa del individualismo que trajo consigo el Renacimiento, cuando se empezaron a firmar las obras de arte; con anterioridad, en la Edad Media, repleta de copistas y otros artistas no imbuidos del individualismo moderno por el que las personas queremos resaltar o destacarnos de otra por la razón que sea, la persona única no tenía tanta relevancia como el Bien Común. Pero un poquito de resaltar lo tuyo propio no le hace mal a nadie; no supone caer en el Capitalismo más exacerbado ni de lejos.

Toda esta perorata viene a cuento de que en mi opinión, en determinados casos son bazofia expresiones tales como “si quieres, puedes” o “juntos podemos”. Me imagino a una persona con paraplejía o tetraplejía intentando caminar dos pasos seguidos. A continuación mi mente se da un batacazo con esas personas. Respecto al insultante “juntos podemos” mi febril cabeza no puede evitar pensar en un corrillo de gente rodeando a una persona ciega achuchándole y animándole para que vea una película.

Lo que yo entiendo es que no tiene tanta importancia la capacidad o falta de ella, la habilidad o carencia de la misma, como la discriminación, marginación y exclusión de la sociedad (así, en plan ostracismo) que acarrea consigo la diferencia (en este caso de funcionamiento, pero también vale lo mismo para migrantes, mujeres, niños, ancianos, y un eterno etcétera). La exclusión termina por convertirse en temor y odio, y hay una larga retahíla de nombres para ello: xenofobia, homofobia, violencia de género, lo que algunos llaman discafobia, racismo, y otro eterno etcétera. Ahora que lo pienso, creo que esto mismo ya lo he dicho con anterioridad. Igual no se me entiende, igual lo que se comprenda sea que en los años 60 en Estados Unidos se mostró que utilizar para respirar un pulmón artificial en tu domicilio costaba 10 dólares, pero la misma acción realizada en un centro residencial costaba 37. Con decir eso, no hacía falta hablar tanto de derechos ni de filosofías ni de ocho cuartos, porque la pela es la pela aquí y en Lima (la fruta no, me refiero a la capital de Perú).

Tampoco hace falta estudiar un Máster del universo para accionar ese aparatejo, pero en España nos pirra regularlo todo, “espacialmente” cuando hay dinero de por medio, y si se trata de poner más piedras en las ruedas de asistentes personales y quienes hemos optado por llevar una vida independiente con apoyos técnicos y humanos, una formación opresora será la leche, con perdón.