Opciones para subsistir

No hay que negar que para las personas discriminadas por nuestro funcionamiento y aspecto existen varias opciones de vida o subsistencia especialmente desde la entrada en vigor de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia. Para vivir de un modo supuestamente independiente podemos optar por la asistencia personal, para no vivir de un modo independiente ni dependiente podemos elegir el suicidio, y para vivir de un modo dependiente podemos escoger el internamiento en un centro residencial. Por opciones no queda. Es más, hay un buen regimiento de ellas.

También para vivir de un modo dependiente, gravoso y convertirnos en una carga económica, emocional, moral y social para nuestros familiares podemos seleccionar seguir viviendo en casa con nuestros seres queridos (padres, hijos, esposa, esposo) y/o vecinos. En todos estos casos de apoyo informal se echa mucho pero que mucho de menos la voz liberadora del feminismo (no el de salón y postureo que abunda, sino uno más rotundo que escasea, pero que es real) mientras que se alza el grito de la mujer abnegada y obstinada en ejercer de heroína en su parcela de poder. Digo lo anterior porque, en un alto porcentaje los padres se convierten rápidamente en la madre, los hijos en las hijas, los vecinos en las vecinas.

Pero esto también forma parte de nuestra herencia recibida, del peso histórico que nos oprime a asistentes y a asistidos. De pequeñito aprendí que la cultura mediterránea se caracterizaba por la astucia de los habitantes de esta zona del planeta (compárese a Ulises con Aquiles). Porque esta característica no se limita a los oriundos de las orillas del Mare Nostrum, más bien debe ser que exista una cultura ibérica estancada en el pasado y que se niega a recibir apoyos formales (laborales y gubernamentales) de conciliación laboral, social, familiar porque los miembros de esa cultura que hemos heredado con tanto orgullo son más fuertes, adecuados y mejores que nadie, hasta que deciden tener vida propia, envejecen o fallecen, que es bastante inevitable.

Esta espada de Damocles pende constantemente sobre nosotros. Ese estar siempre entre la espada y la pared, en la cuerda floja y sin red debajo es una forma visible (invisible para casi todos) de la violencia ejercida secularmente contra la familia que se encuentra a cargo de la persona con funcionamiento peculiar pero sobre todo sobre ésta última, que muchas veces se rinde a la triste evidencia social de que, en esta perra generación aún supone una carga para sus seres queridos, una carga para la sociedad (que lleva siglos, milenios inoculándonos que somos “errores de la naturaleza” como escribió Luca De Tena en su libro “Los renglones torcidos de Dios” en el año 1979, que somos seres “mongólicos, babeantes, jorobados, enanos, gigantes, boquiabiertos” a los que mejor no mirar, una carga en este mundo, y ante otras ignoradas, denostadas y desconocidas opciones, decidimos o deciden por nosotros el internamiento en un centro residencial, granja o campo de exterminio.

Pero con anterioridad se ha pasado por una etapa de duda; la incertidumbre ha dado paso a la certeza de sobrar. Nos han enseñado que generamos pobreza y sabemos o creemos que sabemos de la imposibilidad de planificar nada a medio o largo plazo, puesto que las condiciones del futuro que acecha no son fiables ni en lo personal ni en lo referente al entorno. De este modo, la vida del aislado es, generalmente, precaria y está desahuciada desde el fatídico diagnóstico. El pronóstico viene siendo bastante oscuro tirando a negro tirando a ausencia.

Esas son las opciones de vida para las personas discriminadas por su funcionamiento o rasgos. Lo más bonito de todo es que para recibir una cutre asistencia personal, uno debe sentarse en la barra de un bar emborrachándose a la espera de que un improbable alguien venga y le pregunte: ¿Estudias o trabajas?