Resistencias sensibles

Nos contaron -cansadas ya de contar- sus experiencias de duelo, que me recordaban a la "Bohemian Rhapsody" en la que Freddie Mercury tenía que matarse a sí mismo para volver a nacer a su orientación estigmatizada; pero en realidad asesinaba a alguien que nunca existió.

A menudo se entiende que lo que ocurre en las escuelas o en la sociedad es una realidad acabada. Que es invariable, y que si es así es porque tiene que ser así. Que no se puede cambiar. Sin embargo, estas realidades no son naturales, sino que están socialmente construidas. Tanto es así que a diario las personas oprimidas establecen resistencias para tratar de liberarse de las situaciones que le asedian. En este sentido, las teorías de la resistencia (defendidas por académicos como Anyon, Willis, Apple, Giroux…) han evidenciado que el alumnado está en continua negociación con los poderes que lo someten, aunque el desequilibrio de poder de dichas relaciones hace la lucha a menudo demasiado ineficaz. Las familias, tal como ayer pudimos constatar de nuevo, también lo hacen, y algunas de las líneas que utilizan son realmente resistentes.

Ayer por la tarde, junto al alumnado del Master en «Cambio social y profesiones educativas» de la Universidad de Málaga, fuimos testigos de ello. A través de un encuentro virtual titulado «Mediaciones tecnológicas comprometidas con la inclusión», nos introdujimos en el modo en que un grupo de madres (Olga Lalín, Rosa Aparicio, Belén Jurado, Paula Verde, Carmen Saavedra e Inma Cardona) estaban afrontando esa realidad compleja que acosa a sus hijos e hijas. Sus proyectos: Alto Alto como una montaña, IPads y autismo, La habitación de Lucía, Mi mirada te hace grande, Cappaces y Miguel, autismo y lenguaje respectivamente, son respuestas contundentes a aquel ideario que dice que el problema está en el cuerpo de sus hijos e hijas. Porque sus evoluciones son fundamentalmente un paso (de ida y vuelta) de la intervención concreta con sus familiares a una reconstrucción del ideario, a transformar la realidad que les envuelve y condiciona: lo que pensamos por autismo, lo que entendemos por escuela, lo que interpretamos como relación educativa, lo que implica la tecnología en educación…

Hace algún tiempo que vengo defendiendo la necesidad de rescatar aquellas resistencias que, a menudo inconscientes, están plantando cara real a los idearios, prácticas y representaciones que están limitando las posibilidades de los colectivos subordinados. Y hablo de respuestas realmente resistentes cuando no se asientan en los idearios a los que responden, y que por ello consiguen deslegitimarlos y restarles valor. Por ejemplo, contestar a la violencia con violencia no deja de ser una legitimación del argumento que se pretende contestar: la violencia está bien. Una resistencia a la violencia no debería asentarse en ella.

El encuentro con estas madres me trajo muchos destellos de resistencias extremadamente potentes y valiosas. Y los encontré al ver que cada intervención, así como los proyectos en los que se asentaban, estuvo cargada de sensibilidad y arte. Arte muy elaborado (como la utilización de hermosas fotografías, emocionantes narraciones biográficas y preciosas poesías para resignificar el autismo), y arte muy cotidiano (como las metáforas continuas que iban y venían en la comunicación). En ambos casos, se destila una gran inteligencia social que responde a una realidad áspera, cerrada y excluyente, como cuando se imagina un futuro en el que tu hijo está «solo en el planeta». O como cuando tu hermano es «maltratado por el entorno». O como cuando se condena a tu hija «a vivir en su mundo».

Hablaron de la «discapacidad como papel», que es ya una forma de empoderarse ante esta subordinación. Pero también un chantaje social, porque es el papel (el certificado) el que «soluciona cosas». Y hay que aceptarlo, con lo que eso supone. Me hizo pensar en el diagnóstico como «saco» en el que están las personas; y en el diagnóstico como «enlace»; y por momentos se me apareció mentalmente la imagen del diagnóstico como una varita mágica, que reconforta…

Nos contaron -cansadas ya de contar- sus experiencias de duelo, que me recordaban a la «Bohemian Rhapsody» en la que Freddie Mercury tenía que matarse a sí mismo para volver a nacer a su orientación estigmatizada; pero en realidad asesinaba a alguien que nunca existió. Estas madres me mostraron que viven un duelo que debe matar esa idea de normalidad que tanto daño hace no sólo a sus hijos e hijas, sino a ellas y a todos nosotros. Que la normalidad hace de las escuelas lugares inhóspitos, en los que incluso se puede no atender a alguien, «como si en un hospital no se curase a ciertos pacientes». Y un lugar en el que hay que acabar «poniéndose de rodillas» para no hacer el camino más difícil. El alumnado universitario se avergonzaba.

Y nos hablaron de la «persona como relación», y al ser relación comienza a perder el omnipresente valor su biología. Y entonces, podemos ir haciendo caminos en lo difuso, en lo que no está determinado. Como «hablar de diversidad sin que se note», y así estar hablando de otras cosas. No de esta negra cosa. Y podemos «disfrazar el dolor» que supone el riesgo de la soledad. Pero también podemos imaginar otras realidades…

Y consiguen resignificar la misma realidad, y lo que ayer era una rareza se convierte en una virtud. De ahí que se valore tanto la propia mirada en la construcción del otro o la otra («Mi mirada te hace grande») de modo que quienes eran discapacitados se pueden pensar como «Cappaces», gracias a la lucha por los derechos; gracias al cuestionamiento del mundo construido por los profesionales, que consideran a ciertas personas como seres fallidos que hay que arreglar; y sobretodo, gracias a la colaboración y el trabajo en equipo como la única posibilidad para conseguir «escalar esas altas montañas invisibles». Que son invisibles pero están ahí. Y están esperando a ser escaladas. Y eso, ayer me lo enseñaron, no va a ocurrir por las tecnologías, sino por un cambio profundo en nuestras formas de entender con sensibilidad a las personas incomprendidas.

Me atrevo a decir que ni la ciencia ni la tecnología nos salvarán. Sólo el amor puede hacerlo. Como el de estas madres, que resisten educando con sensibilidad. Con el corazón. El mejor ejemplo, aquí.

Fotografía: Paula Verde.

Acerca del Autor Nacho Calderón Almendros

Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Interesado en la experiencia de exclusión e inclusión educativa de personas situadas en los márgenes por sus diferencias. Empeñado en que la escuela sea un lugar donde todos y todas podamos crear sentido

Acerca de Nacho Calderón Almendros

Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Interesado en la experiencia de exclusión e inclusión educativa de personas situadas en los márgenes por sus diferencias. Empeñado en que la escuela sea un lugar donde todos y todas podamos crear sentido