Seguro que no

A veces a uno le da por sentirse muerto. Por suerte para mí, esto no sucede con mucha frecuencia. Pero ocurre especialmente cuando pasan los días y no acontece nada. Más concretamente cuando uno no realiza ninguna acción. En realidad uno respira, y es consciente de estar vivo, pero también sabe que no está cabalgando.

Seguro que no

Esa sensación me dio hace poco con ocasión de pasar por el quirófano y transcurrir un par de jornadas en las que no había relación entre mi interior y el mundo exterior, por muy hostil que me pueda resultar en ocasiones.

El paso por la ITV no fue nada del otro mundo en realidad. Lo cierto es que fue algo más bien molesto que doloroso en sí. La intervención propiamente dicha no superaría los 20 minutos. La recuperación, mal humor incluido, tarda un poco más (pero tampoco hay que pasarse). La verdad es que ni siquiera me ingresaron ni me durmieron, sólo recuerdo que tenía frío en los pies (cosa habitual por otro lado) y que a pesar de que ese día hubo que madrugar, a la hora del almuerzo ya me encontraba en mi domicilio. No tenía mucha hambre, todo hay que decirlo.

Para una persona que vive de prestado, el tiempo vale realmente (no metafóricamente ni nada de eso) su peso en oro. Por tanto, el mero hecho de haber empleado una mañana en una actividad fuera de lo planeado ya es molesto en sí. Si a todo esto añadimos que me falta tiempo para realizar mis tareas habituales, quizás se comprenda mejor el estado de ánimo en el que me he encontrado estos últimos días. Todo esto me ha hecho observar actitudes y acciones ajenas que quizá a otros les parecerían minucias pero que uno magnifica como si las estuviera examinando con un microscopio.

De este modo recordé que recientemente había telefoneado a una pintora para ir a ver su nueva exhibición. Y entonces se me clavó en el alma su contestación, tan natural que hasta dolió como una punzada. Si quieres te mando alguna foto, el edificio tiene escaleras y no está adaptado a minusválidos como tú. Fue su breve respuesta. No es que yo me muriera de ganas por ir a ver su trabajo, sino que cuando puedo me aseguro de que el lugar al que voy a acudir es medio potable antes de mover al regimiento habitual necesario para desplazarme a cualquier sitio.

Tras menos de una semana de pasar por el taller, volví a que revisaran si habían hecho un buen trabajo. Mi difunto abuelo decía “la cura va bien, pero el ojo lo pierde” y yo me reía. Parece que en esta ocasión el ojo se va a quedar en su sitio. Los hay que nacen con estrellas y los hay que nacen estrellados.

Pero antes de que me siga dispersando, añadiré que estando sentado, como habitualmente, en mi sitio habitual, como habitualmente, llamaron por teléfono para intentar colarme un seguro de vida. La mujer al otro lado de la línea, cumpliendo su labor y buscando ganarse el pan suyo de cada día, hizo las preguntas habituales: que cuál era mi edad, que si tenía un puesto de trabajo (no), que si el domicilio donde me cobijo es mío (no), y eso. Todo le parecía bien, y me consideraba apto para obtener el seguro. Sin embargo, todo cambió en un segundo.

Preguntarme que si tengo una discapacidad, contestar que sí y replicar que no podía en ese caso considerarme para la póliza fue todo un uno, un visto y no visto, un movimiento digno de un prestidigitador. El humor de perros que suelo tener, y que esos días se hallaba exacerbado, quedó patidifuso en cuestión de segundos. ¿Discriminación? Nooooo.