Susurros a gritos en la residencia

He oído hablar de gente en residencias para discapacitados con autismo o epilepsia que pasan años (literalmente) encerrados en jaulas confinados en soledad. Dicen que es por su propio bien; para no dañarse les atan, para no dañar a los demás los confinan y amarran a sus catres. Cualquier persona,  discriminada por su funcionamiento o no, tendría un comportamiento un tanto violento ante esta situación duradera. Al lado de esto, lo que me propongo contar hoy es una mera anécdota ante la cual nadie se va a escandalizar, o sea que no hace falta que nadie se ponga su camisa de fuerza favorita ni que se rasgue las vestiduras, porque no estamos en rebajas.

En primer lugar les diré que este pequeño sucesillo le aconteció en Madrid a un amiguete mío durante la prehistoria, es decir, en el año 2005 creo recordar. Llevaba aproximadamente un año dando tumbos por aquí pasando cerca de dos horas (en Málaga eso es mucho tiempo) para recibir 10 minutos de fisioterapia creo que dos días por semana. También se recorría la ciudad en transporte sanitario para recibir una media hora semanal de logopedia junto a dos o tres personas más (la logopedia se supone que es una actividad de persona a persona). La terapia ocupacional duraba media hora y tenía lugar dos días por semana añadiendo horas de trayecto del hospital a su domicilio (todo ello en transporte sanitario lánguido como él solo).

Ante esta situación se le presentó a mi colega la opción de ir a Madrid a un centro nuevo, de esos en los que se mezclaba lo “social” y lo “sanitario”. Antes de entrar a vivir en este recinto tenía que superar una semana de estancia examinadora allí. El dilema estaba servido: podía elegir entre continuar con la rutina a la que no se lograba acostumbrar o cambiar de ciudad y tratamiento para arreglarse, puesto que le decían continuamente que era un ser defectuoso. No obstante, la solución estaba al alcance de sus manos. La decisión prácticamente le venía dada.

No tuvo en cuenta este conocido mío que tenía un pequeño problema fisiológico cada vez que viajaba. No pensó que donde mejor se va al servicio es en la propia casa, que le era muy difícil hacer de cuerpo en lugares más o menos públicos. Pequeño detalle que se le pasó por alto antes de emigrar al norte, a este lugar de sanación segura según le comentaban. De tal modo que hizo el petate y se marchó con unos pocos bártulos a la capital del reino.

Él iba a hacer una prueba y a intentar superarla. Nunca se le habían resistido las pruebas ni los exámenes, no les tenía miedo alguno. Tenía que mostrar ser un desecho humano con posibilidades de mejora y a fe que lo demostraría. En este centro residencial en Madrid, quedó claro que era un desastre de persona (físicamente hablando) y se ve que los médicos y diferentes terapeutas vieron en él posibilidades de superación.

No obstante su aparente éxito en la prueba de admisión, al tercer o cuarto día de estancia en aquel sitio, su estómago empezó a decirle que allí estaba él, recordándole que tenía que ir al aseo en cualquier instante. El movimiento intestinal se hacía más patente durante las horas nocturnas en las que en alguna ocasión solicitó a alguna auxiliar de enfermería que le acompañara al servicio, siempre sin éxito.

Si bien durante la jornada diurna iba superando los obstáculos que se le presentaban, por la noche los intestinos salían de su escondrijo, dejaban de acechar y la última noche que estuvo allí le pidieron amablemente como un volcán que le solicitara a la auxiliar nocturna  (en realidad eran dos, relataba) que le llevara al servicio por temor a ensuciar la ropa de cama y lo poco que de limpio le quedaba en el petate.

Al principio con talante propicio la auxiliar  de enfermería le llevaba al aseo, siempre sin éxito. Sin embargo, conforme pasaron las horas y las peticiones, el rostro y el talante de la señora fue transformándose y su inicial amabilidad se transformó en brusquedad y gruñidos.

Sobra mencionar que aquella noche mi conocido no manchó nada ni plantó pino alguno, pero pese a ello el personal terapeuta quedó contento con su actuación general. A los pocos días y ya de vuelta en su villa de origen, que es la mía, a mi colega le anunciaron que estaba admitido a pasar un mínimo de 6 meses y un máximo de 18 en este lugar impulsado y financiado por el IMSERSO.

Todo había salido bien, además (no se sabe por qué motivo) a los pocos días de volver a este centro en el corazón de Madrid, una inspectora  del propio IMSERSO fue a esta institución a indagar a varios internos o usuarios, si era correcto el trato recibido por aquella auxiliar de enfermería. Había habido alguna queja sobre su comportamiento y esta inspectora quería zanjar la cuestión. Supongo que era una especie de agente de asuntos internos o algo así.

Todavía recuerdo vagamente que mi amigo me decía que no se trataba de que tuviera síndrome de  Estocolmo ni nada por el estilo, más bien, decía que todo ser humano tiene una especie de instinto de supervivencia latente en su interior por lo que, aunque sentía que no había sido tratado exquisitamente, sabía que tampoco era para tanto y que además iba a convivir durante al menos medio año con compañeros de trabajo de la auxiliar de marras. Por tanto, tras un breve interrogatorio, el malagueño no dijo ni pío acerca de lo acaecido tiempo atrás.

Esto que les cuento refleja simplemente la falta de privacidad de mi paisano y del hecho de que tenía que compartir espacios con compañeros de trabajo de aquella señora, como quedó refrendado en menos que canta un gallo. Él me decía que en cuanto llegó a su dormitorio había una compañera de la susodicha asegurándose de que la inspectora no le habría preguntado sobre la auxiliar, aleccionándole sobre que su acompañante estaba enferma de celos y despecho contra todo el personal habiéndose quejado ante la inspección del trato que recibían los pacientes.

Por falsa o verdadera que sea una noticia, en un centro residencial para discapacitados, los rumores tienen la capacidad de volar, concluía. Y digo yo que menos mal que estos lugares ya no existen y son inaceptables para toda la sociedad. ¿Verdad?