Tener un lugar al que volver

En el documental “La Sal de la Tierra” su director Wim Wenders nos muestra la obra fotográfica del famoso Sebastião Salgado. La película premiada en el festival de Cannes y candidata a los premios de la Academia Americana (Oscar) se divide en dos partes: en la primera se muestran imágenes devastadoras de lugares como Ruanda, la franja de Gaza o la antigua Yugoslavia, en los que reinaban el caos y la maldad de la humanidad. La segunda parte pone el acento en que tras sus vivencias en estas situaciones, el fotógrafo decidió emprender su más reciente proyecto denominado Génesis, en el que se retratan sitios todavía no maleados por el ser humano.

Existen personas como este fotógrafo que pueden cambiar de lugar de residencia o asunto a discreción. Tienen la posibilidad de mandar de vacaciones, despedir procedente o improcedentemente aquello que les apena o aflige. Tienen mérito, pero también suerte. Se podría decir que tienen “un lugar al que volver”. Otras personas, entiéndase personas que habitaban la antigua Yugoslavia por ejemplo, o Ruanda, o las personas que somos discriminados por nuestro funcionamiento o por nuestra apariencia física, no disponemos de la posibilidad de mandar de vacaciones o apartar de nuestro lado situaciones segregadoras, de peligro o violencia.

Para poder quedarse o marcharse debe existir una verdadera libertad para elegir entre diferentes opciones. Es decir, sin esas opciones no existiría una auténtica libertad de elección. Del mismo modo, para poder evitar situaciones discriminatorias se necesita la oportunidad de vivir en un sitio en el que se dé la posibilidad contraria, es decir, que la sociedad o el entorno en que uno se mueve no sea discriminatorio. (Releo la anterior frase y no la entiendo ni yo, pero viene a decir que debe existir un binomio formado por el individuo y la sociedad que le rodea para poder escoger). Ese abanico de escenarios expande o limita la libertad de elección de un individuo (o de un colectivo si así lo preferimos).

Es indispensable, por tanto, formularse la pregunta de si tenemos un abanico de opciones verdaderas entre las que elegir. De este modo hay que observar la variedad y accesibilidad al transporte, a la vivienda, hospitales, escuelas, empleos, servicios sociales, etc.

Me da la impresión, y es una triste realidad, lo reconozco, que ese abanico de opciones a día de hoy y probablemente durante mucho tiempo está quebrado. Está quebrado a pesar de las muchas normas que nos digan que vivimos como los reyes del mambo. Está quebrado y esta situación cada día daña y perjudica a más y más gente. Y lo peor de todo: está quebrado y no pasa nada, la gente arrima el ascua a su sardina, por no decir que cada perro se lame su propia polla.

Y toda esta tristeza viene a cuento de que hay cuatro locos que llevan años diciendo que hay soluciones tanto económicamente solventes como dignas desde el punto de vista de los derechos humanos. Y lo más peor de todo es que la clase política lo sabe y mira hacia otro lado, se hace la despistada, parece que está sorda. Pero, al contrario que Salgado, nosotros no tenemos un lugar en el que refugiarnos, porque yo no veré desde una tranquila poltrona el final de la desigualdad de oportunidades entre ciudadanos y disciudadanos.

Afirmar ahora que la asistencia personal es la solución a todos nuestros problemas cuando todavía estamos en la etapa de pelearnos por un simple escalón, es anticiparse inadecuadamente al curso de una historia interminable.