Transporte público minusválido

Ayer cogí el autobús, mejor dicho, no lo cogí sino que monté en él. No suelo usar mucho el transporte público de mi ciudad porque mis desplazamientos se pueden realizar sin necesidad de utilizarlo. Hace unos cuantos años que viajando en tren, el interventor me espetó que cómo se me ocurría viajar en tren yo solo porque ¿Qué ocurriría conmigo si el tren descarrilara? En el momento, como uno es algo lento de reflejos, me callé y seguí mi camino, pero durante el viaje se me ocurrió que debería haberle dicho que si el vehículo hubiera tenido un accidente, lo más probable es que me hubiera muerto, lo segundo más probable es que hubiera sobrevivido al siniestro pero con las piernas rotas, así que su preocupación por mi seguridad sobraba.

Esta tontería viene a cuento de que como iba diciendo, ayer me monté en el autobús urbano. No era la primera vez, y supongo que no será la última. Antiguamente recuerdo que en los autobuses viajaban por un lado el conductor y por otro el cobrador, uno delante y otro detrás. Queda a su imaginación pensar quién se situaba en qué lugar. Para aclararlo les confesaré que el conductor se colocaba delante y el cobrador detrás. Así, el conductor conducía y el cobrador cobraba, la gente subía por la escalera trasera y bajaba por la escalera delantera y todo el mundo era feliz, y creo que hasta comían perdices.

Después vino un avance técnico que permitió al chófer de turno cobrar los billetes a los viajeros. Muchos cobradores sin frac se quedaron sin empleo, y siendo yo tan chiquitillo no recuerdo si hubo alguna marea humeante o algo por el estilo. Para ellos sería un rollo hubiera marea alta o baja. A los conductores, me imagino que les aumentarían el salario por tener una nueva función. Igual se inició alguna huelga o algún cierre patronal o se quemó algún neumático o algún contenedor, como suele ocurrir en estos casos, pero, repito que no me acuerdo porque mi neurona no alcanza tan lejos.

Aproximadamente hará dieciséis años, nueve meses, veintiséis días, cinco horas y siete minutos viajé, otra vez en tren a Ginebra, en Suiza (donde no tengo ninguna cuenta bancaria, se lo juro señor juez, o si la tengo fue producto de alguna herencia) y allí, recalcitrante yo, me subí varias veces en autobús. Por aquel tiempo ya existían los bonobuses y además para mi sorpresa existían en aquel lugar tan avanzado dispositivos para pagar el billete en la propia parada. Se trataba de un aparataje similar a las máquinas que cobran a los conductores de los coches que aparcan en zona azul. Ignoro si el consiguiente descenso en la actividad del conductor, se vería reflejado en su nómina y tampoco me importa mucho.

Pero el caso es que ayer me monté en el autobús. Ahora estoy en Málaga, ya he dejado mis negocios en Suiza… La secuencia fue más o menos como sigue: estaba yo en la parada con mi asistente personal y el primer autobús paró pero, tras varios intentos por parte del operario, nos percatamos de que la rampa no funcionaba. He de decir que yo, sin rampa que funcione y sin asistente personal, no subo a los autobuses por principios, por finales y porque no puedo. De tal modo que el carromato se fue sin César a bordo. El conductor, cobrador del frac y operario de rampa le comunicó a mi asistente personal que el siguiente autobús llegaría inmediatamente después. Sin esperar respuesta por nuestra parte, emprendió la marcha. “Inmediatamente” en el lenguaje de este hombre significaba a los siete minutos, que fue lo que tardó en llegar el siguiente autobús. Tras detenerse, las primeras palabras del conductor multiusos fueron que la rampa no funcionaba.

Confesaré que las palabras de este señor me habían irritado bastante. Acto seguido mi acompañante le pidió amablemente que intentara (o intentase) extender la rampa a pesar de sus insinuaciones. Para sorpresa nuestra y de todo el que se había concentrado en el lugar, básicamente nadie, la rampa funcionó sin rechistar. Así, fui capaz de realizar el viaje sin mayores incidencias.

La situación de la invalidez y minusvalía de determinados medios de transporte público tanto urbanos como interurbanos, tanto por carretera, agua, y aire, viene de lejos y no parece que todavía estemos cerca de conseguir transformar lo inválido, tarado, estropeado o averiado en algo válido para todos. Afirmar que no se vienen realizando esfuerzos para mejorar dichos medios sería del género bobo, agregar que dichos intentos son suficientes y acordes a las necesidades de los viajeros también es del género bobo. Desde este humilde teclado solicito por enésima vez a quien sea menester que se ponga las pilas y que actúe ya.