Villano, culpable y funcionalmente diverso

He leído con atención el artículo Villanía léxica del 24 febrero, en el que Javier Marías defiende su uso del término «discapacitados». Nada más lejos de mi intención que ejercer como policía del lenguaje, pero sí tengo intención de reflexionar sobre las palabras y lo que implican y significan.

Empezaré por declararme villano y culpable. Soy villano por no ser ni noble ni hidalgo, y soy culpable de inventar «vocablos artificiales, nada económicos, a menudo feos y siempre hipócritas, que constituyen aberrantes eufemismos». No sólo colaboré en la creación del término diversidad funcional sino que he cometido la villanía, la osadía y el crimen de inventar algún otro como divertad.

Sin embargo creo que debemos ser muchos los culpables de inventar palabras, ya que si el lenguaje tuvo un principio, alguien tuvo que inventar las primeras palabras; y si el lenguaje va cambiando, alguien tendrá que ser responsable de ese cambio. No sé cuántos culpables seremos a lo largo de la historia, pero sin todos esos culpables, mucho me temo que no habría ninguna palabra que escribir.

En mis invenciones de palabras, procuro buscar un color bonito para las palabras; si, para mí las palabras tienen color. También procuro que haya un sustento ideológico y una voluntad de cambio hacia una sociedad mejor para todos; de esta manera puedo defender con contundencia mis invenciones. Para ello he tenido que escribir un par de libros y decenas de artículos, e impartir algún centenar de conferencias sobre temas tan variados como ética, bioética, políticas sociales, derechos humanos, nuevas tecnologías, diseño para la diversidad, etc. Este currículo no hace mejores mis invenciones, pero por lo menos sirve para neutralizar el calificativo de «aberrantes eufemismos».

Decía el maestro Campoamor que «en este mundo traidor, nada es verdad o es mentira, todo es según el color, del cristal con que se mira». El color de la mirada del señor Marías sobre la diversidad funcional queda muy claro en el artículo, y además es muy coherente con el uso del término «discapacitados». Lo que piensa lo precisa así: «Lo triste o malo no son vocablos, sino el hecho de que alguien carezca de visión o de oído»

Pero desde mi propia y diferente mirada, el color de la mirada del académico me parece tirando a gris oscuro, y además inmovilista. Desde el púlpito el maestro de la palabra, parece lógico defender el uso tradicional y preciso del lenguaje ya establecido. Otros, no obstante, tenemos una visión menos vasta y culta, pero más dinámica, del lenguaje, y lo consideramos una herramienta de cambio. En este caso, se trata de cambiar la mirada negativa que la sociedad tiene sobre un colectivo al que pertenezco: el conjunto de personas discriminadas por su diversidad funcional; los «discapacitados» para el señor Marías.

Entiendo que para él, y para la mayor parte de la sociedad tener una tetraplejia como la que tengo yo parece algo «triste o malo». Pero yo lo veo de otra manera, y por lo tanto siendo un villano culpable sin complejos, me creo en mi derecho de proponer, que no de imponer, una mirada diferente.

En mi mirada diferente, no me defino por mi ausencia de capacidad, sino que me defino como una persona que funciona de manera diferente a la media estadística de la población de mi misma edad. Y esto no es un eufemismo, es una cuestión estadística. Al cambiar la mirada, me doy cuenta de que el señor Marías tampoco caminó cuando nació y de que, si vive lo suficiente, probablemente vuelva a no caminar. Y estoy convencido de que en ese momento ya no le parecerá tan «triste o malo». Si además tenemos suerte, en un futuro la discriminación por ser diferente y funcionar de otra manera habrá remitido en este país, y él mismo se librará de la segregación que algunos sufrimos hoy.

Además, los villanos creemos que ese cambio tan profundo que esta sociedad necesita, puede empezar, entre otras cosas, por el cambio de las palabras, con el fin de que cambie el color con el que nos describimos, y que, como consecuencia, podamos llegar a cambiar la realidad.

Pero es que los villanos no atesoramos el inmovilismo de las palabras, sino que somos culpables de intentar utilizarlas como herramientas de cambio social.