Vivir en una residencia es como vivir en Auschwitz

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Asun Pie Balaguer es Doctora en Pedagogía por la Universidad de Barcelona. Diplomada en Educación Social por la Universidad Ramón Llull. Profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Abierta de Cataluña. Asesora pedagógica de la cooperativa de iniciativa social Aixec. Actualmente participa en la investigación I + D de la Universidad Abierta de Cataluña «Controversias tecnocientíficas y Participación ciudadana en torno a las políticas de atención a la dependencia». Recientemente ha publicado ‘Educación social y Teoría Queer: de la alteridad o las disidencias pedagógicas’ (2009, UOC).

«La norma está representada por la eficacia o la productividad, quien no responde a estos requisitos tiene que encontrar su ubicación en un espacio en el que no entorpezca el ritmo social». (Basaglia)

Lo que a continuación expongo muy brevemente es fruto de escuchar diversas opiniones de personas con diversidad funcional que, por razón de ésta, han tenido o tienen una experiencia de vida en residencia. «Las residencias son como Auschwitz» afirmaba una compañera recientemente. Y esta sentencia no se hace desde el desconocimiento, ni desde la teoría, ni desde el reduccionismo. Se hace desde la experiencia que da una estancia en residencia. Estas son fruto de la colonización de la vida de las personas, de la exclusión y la segregación. Y lo que es más importante, son fruto de la presunción de que la diversidad funcional no es aceptable, es un problema, y lo es a nivel individual y corporal. Desde aquí no se entienden las dificultades de las personas como consecuencia de una estructura social injusta y segregadora sino como déficit funcional y corporal. Consecuencia de todo ello será que, en el imaginario social, se naturalice la opción de vivienda en residencia para personas con diversidad funcional. Quisiera decir aquí que las residencias son el marco institucional más representativo de la coerción a la libertad individual justificada por razón de aquella diferencia corporal. Que se vulneran derechos fundamentales constantemente, de manera impúdica sin ni siquiera cuestionar por un instante el modelo. Habría que preguntarse cuáles son las consecuencias de vivir en una residencia: Pérdida de autonomía en todas las esferas de vida, represión y negación sexual; pérdida de intimidad, pérdida de capacidad de decisión, progresivo proceso de despersonalización, fomento de la sumisión y la docilidad, empobrecimiento de estímulos externos, disminución drástica de las experiencias de vida… todo ello avalado por criterios técnicos que enmascaran la falta de ética. La lógica institucional termina muy a menudo aplastando a los sujetos, marcándolos con una pérdida de individualidad y de libertad. Se trata de un cierre y encarcelamiento justificado únicamente por razón de diferencia funcional. Una realidad de vida que en palabras de Goffman termina mortificando el yo de las personas que allí viven. Esta mortificación del yo incluye entre otros: la ruptura con el exterior, la pérdida de control de los objetos personales, el establecimiento del mismo tipo de rutina alienante, la exposición de la propia intimidad en forma de expedientes e informes.

Así, uno de los temas más claramente discutidos por el modelo social de la discapacidad ha sido y es, precisamente, la institucionalización de las personas con diversidad funcional. Desde este modelo se efectúa una clara denuncia de esta práctica y se especifica que, en muchos casos, no responde a una razón justificada ni al deseo de las personas que allí viven. El movimiento de Vida Independiente ha sido especialmente punzante con este tema manifestando que la institucionalización no es más que el fruto de una situación de discriminación y que supone un insulto a las libertades humanas más básicas. Por lo tanto, la asistencia personal a domicilio no es un lujo, ni un capricho, es una cuestión de DERECHOS BÁSICOS. Y si todo esto es así, ¿por qué se sigue naturalizando la opción de residencia en situaciones de diversidad funcional? ¿Por qué no se cuestiona este juego de poder entre técnicos, administración y entidades por un lado y personas discriminadas por razón de su diversidad funcional por otra? ¿Por qué no se escuchan las experiencias que nos dicen que vivir en residencia es estar en Auschwitz? Quizá porque la lógica de eliminar, invisibilizar, castrar, silenciar la diferencia sigue presente en el día de hoy. Auschwitz no fue cosa de cuatro psicópatas, Auschwitz lo construimos entre todos y es responsabilidad de todos poner en cuestión una cultura que se mueve en un registro similar.

Tomado y traducido de social.cat.