Con el premio sin permiso

Todo empezó la víspera del día siguiente, porque todo el mundo sabe que cada día tiene su víspera. Pues bien, esa víspera tuve un pensamiento premonitorio: “Este año le va a tocar el gordo de la Lotería de Navidad a alguien”. Como casi siempre que tengo alguna visión, esta se hizo realidad. En efecto, la Lotería le tocó a varios álguienes. Concretamente a las personas que compraron su boleto en la administración adecuada. No tengo que jurar que muchos de tales individuos afortunados vivían y la mayoría vive en la Residencia Peñuelas, en Madrid.
En total, unos 80 millones de euros fueron a parar a habitantes y trabajadores de ese establecimiento. Con tanta alegría y alborozo no había lugar a la tristeza, a la rabia; aunque un trabajador se acordó de que, de los 1,2 millones de euros que le habían caído, haciendasomostodos se iba a quedar con un 20% aproximadamente. Pues a mí casi me daría igual que el Señor Don Ministro Montoro y sus secuaces me hicieran una quita del 20% aproximadamente habiéndome tocado 1,2 millones, como si la resta fuera del 21% aproximadamente: sería capaz hasta de darle un beso a la amplia frente del Señor Don Ministro.
Dejando de lado la guasa momentánea, diré que el centro está ocupado por alrededor de 220 personas más unas 40 que van al centro de día situado allí mismo; entre casi todas ellas y algunos trabajadores, cerca de 350 individuos fueron agraciados con el premio. No es poca la gente premiada, no, y tampoco es pequeño el número de personas que duermen y sobreviven en el centro residencial situado en Madrid. Cuando yo hacia el servicio militar, compartíamos el barracón unos 70 u 80 soldados, separados por aire y por el hedor que desprendían nuestros cuerpos y aledaños. No había mucho lugar para la intimidad, pero una característica propia de los seres humanos es que la mayoría nos adaptamos a cualquier entorno por bueno o malo que resulte.
En este caso, dudo que meramente fuera oxígeno lo que separaba a un afortunado del siguiente, espero que hubieran tabiques y eso; pero como antiguo habitante de un barracón residencial, imagino que no se librarían del eterno olor a heces del vecino. Lo bueno es que ese aroma se agudiza sólo en la noche oscura y solitaria, cuando te han apagado las luces y no puedes conciliar el sueño.
No tiene nada que ver con el tema, pero luego está el asunto de la mensajería. Y es que el satánico partido político Podémico había denunciado que el lugar llevaba cuatro años funcionando sin licencia de funcionamiento. El toma y daca entre los podemitas y los populares fue digno de estudio con un paquete de palomitas, de tal modo que los ancianos siguieron sin aire acondicionado, conviviendo con cucarachas y sin plan de evacuación. Pero eso no era el mensajero, sino el mensaje; los auténticos protagonistas de la película (los viejos) no contaban mucho.
Entre las complejas instalaciones del complejo destaco un gimnasio en el que inflarse a hacer abdominales y así ponerse cachas para ligar con el papel higiénico, y un velatorio que pasaba por allí y decidió quedarse viendo que la media de edad de los resistentes residentes andaba por los 85 o 90 años. Llevaba consigo unos reclinatorios para que la gente bien se pusiera de rodillas cuando fuera pertinente, realmente era apuesto. Por todo ello, apuesto mi sueldo contra el suyo (el del lector) a que el velatorio se frecuentaba más que el gimnasio.
Pero la parte de la mensajería y los sablazos políticos no nos deben impedir ver el bosque. En lo conceptual sabemos, o debemos saber, que tenemos el derecho a la vida independiente y a vivir incluidos en la sociedad con los apoyos necesarios. Pero de nuevo el mensajero es la ONU y la Convención de Derechos sobre las personas con Discapacidad, y para muchos la ONU es algo así como el Alcoyano. Lo malo es que los que piensan eso son los que tienen las de ganar, y se están encargando de que la Convención ésta y otras declaraciones de derechos humanos queden en aguachirri.
Ocurre que sólo nos acordamos de Santa Bárbara (la ONU o la Unión Europea) cuando truena. Y ahora mismo está tormenteando, pero sólo para algunos. De hecho, también la Unión Europea desde hace tres años nos dice que no se deben emplear sus fondos para construir y mantener instalaciones a menos que fomenten la transición de los servicios institucionales a los servicios locales (Reglamento 1303/2013). Pero sucede que la Unión Europea sólo sirve para soltar pasta indiscriminadamente; cuando sus componentes vienen a pedir que les digamos qué hemos hecho con el dinero solemos silbar mirando al cielo poco contaminado español y decir que es un enjambre de corrupción. Sin embargo tenemos que convenir todos en que un centro de estas características no promueve la inclusión social, ni la participación en la misma, por muy cerca de una parada de metro y una de autobús que se encuentre (quedaría por ver la accesibilidad de estos sitios).
Lo cierto y verdadero es que con demasiada facilidad se nos olvida la obligación del estado y las diferentes administraciones de garantizar la libertad de elección, la seguridad y una variedad de opciones entre las que elegir, porque pese a nuestro funcionamiento, seguimos siendo seres humanos. Es asombrosamente fácil echar un autógrafo en un Tratado internacional de derechos humanos y de obligado cumplimiento, pero del autógrafo al hecho va un gran trecho.
El último aspecto que quiero reseñar en este breve escrito es el papel que juega la familia en esta historia. No puedo dejar de preguntarme sobre la situación si la lotería no hubiera caído en ese centro. La cuestión es si las muestras “espontáneas” de amor y cariño efusivo observadas y repetidas hasta la saciedad estos días son o serían igual de “genuinas” o si son más o menos interesadas.