La España que yo imagino no puede permitirse, aunque sólo sea por egoísmo, dejar atrás a las personas que somos discriminadas por nuestro funcionamiento. Entre otros motivos porque hace falta que todos rememos en la misma dirección para sacar a nuestro pueblo o villorrio adelante. Por lo tanto, no debe dejar arrumbados, ni en el ostracismo, ni exiliados ni a personas con orientación sexual diferente a la habitual ni a cojos, ciegos, mujeres, y demás.
Hay muchas normas de accesibilidad en España que no se cumplen en prácticamente ninguna de sus comunidades autónomas. La accesibilidad universal no solo está reconocida como derecho en la normativa internacional, también lo está en la estrategia europea para las personas con diversidad funcional, a nivel nacional también: se podría escribir una enciclopedia de papeles mojados al respecto. Decir ahora que la accesibilidad universal es útil tanto para unos como para otras me parece superfluo, desgastado: todo el mundo lo sabe pero nadie lo aplica porque no nos tenemos en consideración.
De nuevo sobre el papel, no se puede incapacitar legalmente a nadie, sean cuales sean sus características. La práctica es bien diferente con todo lo que conlleva de nocivo: básicamente la muerte social de la persona, que se traduce en la eliminación de muchas o todas sus posibilidades de intervenir en la sociedad. Dicha persona depende de la buena o mala voluntad de uno o varios jueces para realizar la más mínima acción como puede ser votar o prestarle dinero a un colega. Y lo cierto es que cada día se incapacita a seres humanos por razones más y más peregrinas, por salirse de un determinado patrón establecido por nadie sabe quién pero cada día más estricto. Entre estas personas desahuciadas de sí mismas se cuentan aquellas que lo son por su edad, comportamiento, tipo de comunicación u otros motivos.
Ante la creciente actitud de mirarse la propia barriga sin tener en cuenta que existen otras barrigas, las reacciones son varias y variopintas. Tampoco voy a ser yo muy exhaustivo en su enumeración, pero sí destacaría el pasotismo imperante, el cansancio, las ganas de imponer el criterio propio sobre el ajeno, el uso y el abuso de un poder del que nos hacemos indebidamente acreedores, etc. Y toda esta maldad, todo el daño que originamos por acción u omisión causa un enorme hastío en el espectador, que se encierra en sí mismo porque sabe que puede ser el siguiente en perder la libertad de elección.
Por lo tanto, sabemos que a día de hoy la no discriminación es una quimera, una ensoñación salida de un cuento de hadas pero que no ha llegado a aterrizar en el mundo real. Todo ello a pesar de que existen un montón de organismos internacionales, nacionales, autonómicos y locales presuntamente empeñados en proteger y promover la cierta igualdad de oportunidades que a todos nos pertenece.
Aunque en este periodo vital fuésemos capaces de adecuar el entorno físico y comunicativo a nuestras necesidades; aunque de un chasquido lográramos que desapareciera la discriminación, segregación, marginación que sufrimos por nuestro modo de interactuar con nosotros mismos y el entorno que nos rodea, aun así muchos todavía necesitaríamos contar con el apoyo humano externo de la asistencia personal, cuya existencia es tan frágil que se puede apreciar hasta con los ojos vendados.