Se hace necesario distinguir entre un tercer mundo moribundo y un cuarto mundo muy necesitado. Así, a bote pronto, se me ocurren dos diferencias: la primera es que el tercer mundo está allí lejos (o no tan lejos, pero en cualquier caso no es la misma tierra que pisamos) mientras que el cuarto mundo está aquí tan cerquita que necesariamente lo tenemos muy próximo y no lo podemos eludir. La segunda diferencia casi asombra por su simplicidad: el tercer mundo (los países en vías de desarrollo, en guerra permanente o estancados en su desarrollo económico y social) es un pozo sin fondo ni remedio a diferencia del cuarto. Éste sí tiene fondo y remedio en su mayoría; si nuestros gobernantes tuvieran suficiente coraje y voluntad. Pero esa voluntad de arreglar el entorno está, por lo general, ausente en lo referente a la fragilidad de las personas que somos habitualmente discriminadas por nuestro funcionamiento.
En cuanto a nosotros, desahuciados permanentemente por cierto, la receta es bien antigua para mejorar la situación: asistencia personal, educación inclusiva y accesibilidad universal (por no mencionar que hay que cumplir entera la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, pero eso se antoja una quimera). Simplificándolo bastante, se trata de que España cumpla las leyes que se ha dado. En realidad no se pide mucho, sólo que nuestro país se convierta en un verdadero estado de derecho y nuestras autoridades no conviertan en aguachirri dicha Convención internacional.
Pero volviendo al anodino asunto que aquí nos reúne, afirmo que en el tercer mundo casi toda la gente es rematadamente pobre; quien no lo es, puede ser decente o corrupto, existiendo una probabilidad alta de que esto último suceda. Pero esta es la excepción que confirma la regla de que prácticamente todos son material y rematadamente pobres, y de un día a otro mueren de hambre y sed y balas y enfermedades. Sin embargo, llega tal día como hoy, y con unas cuantas monedas lavamos nuestras conciencias. Insisto en que estoy simplificando un asunto muy complejo.
El cuarto mundo son los pobres que conviven con nosotros cada día: no necesariamente estamos condenados a una pena de muerte rápida e inocua. En ocasiones nos cae encima una eterna cadena perpetua llena de discriminación, podredumbre moral, segregación, sucias miradas incriminatorias y exclusión social. El cuarto mundo lo habitan las personas marginadas por nuestro funcionamiento, las personas sin casa, las personas que vienen huyendo de alguna guerra y a las que recibimos con las cuchillas abiertas, las personas de otras etnias o razas, las personas con una identidad sexual diferente a la de la mayoría, y un muy largo etcétera.
En el tercer mundo se pasa muy mal, si es que se pasa; en el cuarto también. El tercero está plagado de balas y bombas de racimo, el cuarto mundo de discriminación e invisibilidad. Para finalizar, cuestiono la normalidad, a veces reflexiono sobre el contagio provocado por la lejanía de los habitantes del tercer mundo y del provocado por el roce continuo con los apestados que nos encontramos en el cuarto mundo. Luego me vengo abajo, pero poco después se me pasa la tontería. Además, ahora estamos en precampaña electoral promisoria (lo mío no tiene remedio).