Como todas las ciudades de la provincia, y como casi todas las ciudades de España, Málaga presume de ser la más hospitalaria de todas. No en vano, mi pueblo (Málaga) ha sido aspirante a ciudad más ecológica, ciudad más accesible, ciudad de la cultura y demás. Naturalmente, no ha sido elegida ciudad más nada, quiero decir que ha fracasado en todos sus intentos; incluso creo que el rechazo internacional a que Madrid consiguiera la candidatura olímpica tiene que ver algo con que Málaga insinuara sus probabilidades de ser subsede de aquella, albergando las competiciones marítimas.
En cuanto a la accesibilidad de nuestra ciudad, tengo que señalar que existe una ordenanza de accesibilidad desde hace bastante tiempo (más de una década) y que hay un plan de accesibilidad que abarca desde el año 2007 al 2011. No existe ningún plan posterior. Esto nos puede dar una pista acerca de que, aunque es innegable que se han llevado a cabo actuaciones conducentes a la mejora de este asunto, sin un plan ha reinado la falta de orden y la descoordinación. Dicho lo anterior, hay que añadir la falta de prioridad en este aspecto y la supuesta falta de fondos económicos para financiar las tareas a acometer. Por tanto, no revelo ningún secreto cuando digo que ha faltado coordinación y se ha abusado de citar la crisis económica para evitar mejorar la calidad de vida de muchos malagueños y visitantes (en realidad aquí nada se construye para los malagueños sino para las personas que visitan nuestra ciudad).
No se trata aquí de remarcar exhaustivamente los errores cometidos desde el ayuntamiento, supongo que esa sería tarea de otros: contentos y complacidos, pero admitiendo que se han producido actuaciones positivas, el propósito de este escrito tampoco consiste en hacer una alabanza de la labor realizada por nuestras autoridades en años recientes.
Quizás haya que destacar sobre lo demás la existencia y el desconocimiento del concepto de “cota cero”. No hace falta tener la barba muy poblada para saber y explicar que los rebajes en los pasos de peatones deben concluir en cota cero; es decir, dichos rebajes desde la acera hasta la calzada correspondiente deben construirse de tal modo que por un lado lleguen justo hasta el nivel de la acera y por el otro lado desemboquen justo al nivel de la calzada, sin dar lugar a penosos y falsos rebajes que lo que hacen es disminuir el desnivel pero sin llegar a eliminarlo, provocando así la incomodidad para el peatón que deambula en silla de ruedas. Esta batalla no es nueva (la batalla por conseguir que los rebajes tengan cota cero), durando ya demasiado tiempo.
Igual de vieja es la existencia de determinados baches y socavones en las aceras que producen en los ciudadanos rodantes un pequeño cosquilleo que con el tiempo se traduce en desviaciones de columna y otras menudencias igualmente divertidas. Tengo que admitir que carezco de enemigos mortales, que yo sepa, pero si los tuviera no le desearía ni al peor de ellos darse un garbeo en silla por las calles de esta amable urbe. En realidad dudo bastante del divertimento que a esa persona le ocasionaría un viaje en montaña rusa como este que a mí me llena de carcajadas.
No me extenderé aburriéndoles detallando las bondades de los comercios situados estratégicamente en la ciudad, comenzando por los de calle Larios. Tampoco merece la pena entretenerme en mencionar el precio y número de hoteles accesibles de la capital de la Costa del Sol, ni en nombrar las mezquindades en cuanto a hostelería (para turistas y aborígenes) accesible se refiere.
Sí creo necesario mencionar la iniciativa ya antigua de otorgar un distintivo a los establecimientos cuya accesibilidad permitiese a quienes vamos en silla de ruedas desenvolvernos cómodamente en ellos. En su momento me pareció una soberana estupidez, pero no sé si se terminó llevando a cabo. Sería tan absurdo como obligar a poner un distintivo a aquellos establecimientos que por sus características NO permitieran la entrada ni la libertad de movimientos a las personas que deambulamos “por capricho” en silla de ruedas.